Capítulo 2.

2K 98 1
                                    

Me dejo caer en uno de los sillones del avión de la compañía a la vez que dejo mi maletín en la mesa que tengo delante suspirando notablemente.

No quiero estar aquí, y sé que Robert lo sabe, porque me ha recibido con mi café preferido, el café moca blanco. Aunque le va a servir de poco, me sigo sintiendo traicionada por el hecho de no haber sido informada de dicho viaje hasta ayer por la tarde.

En cierto modo pienso que así ha sido mejor, si me lo hubiera dicho hace dos semanas estoy segura de que hubiera buscado alguna excusa con la que librarme de tal viaje, aunque esto nunca lo reconoceré en voz alta, seguiré firme con mi defensa de "Rob, si me lo hubieras dicho hace dos semanas, no hubiera pasado nada, habría ido igual."

Resignada y sin más opciones saco mi portátil de la funda, poniéndome mis gafas y acomodándome en el asiento mientras éste se enciende.

-¿No trabajas lo suficiente que también vas a seguir trabajando mientras volamos? Vamos Nea, date un descanso.

-Sólo voy a revisar unas cuantas cosas Rob, no me llevará más de una hora.

-Está bien... ¿Le has dicho ya a Francesca que vas?

-No, la abuela aún no sabe que voy, mientras preparaba ayer las maletas me pensé el llamarla, pero pensé que mejor la doy una sorpresa, cuando aterricemos la llamaré.

Sonrío al pensar en mi abuela. Mi abuela ha sido mi madre toda mi vida, y no es que mi madre falleciera, mi madre vive, pero jamás se ha preocupado por mí, al igual que mi padre. Nonna me apoyó en mis momentos más difíciles, igual que me ayudó cuando más lo necesite.

Flashback.

-Nonna, por favor, ayúdame... No voy a soportar ni una vez más que mis padres me digan que lo único que debía hacer bien era aprender las reglas de la sociedad y ser una señorita, y que ni eso he podido. Mi padre se niega a pagarme mis estudios porque según él tengo que mentalizarme que me casaré el próximo verano y mi deber será ser una buena esposa. No quiero abuela...

Los sollozos que salían de mi garganta eran más que audibles en toda la estancia, mi abuela acariciaba mi pelo con esa suavidad y cariño que a ella le caracterizan intentando consolarme.

-Cariño por favor, estar así no te hace bien...

-Abuela, estamos en el siglo XXI, ¿por qué tengo que hacer lo que él quiera? ¡Además con ese tipo! No ha hecho más que burlarse de mi en cada reunión que ha habido, porque no soy perfecta como esas chicas con las que estaba en las fiestas... No quiero estar toda mi vida de mujer florero, ni quiero a ese chico. Quiero estudiar una carrera y ser alguien importante demostrando mi talento, quiero ser una gran empresaria, y si algún día me caso que sea con el hombre que yo quiera.

-Y lo vas a ser cariño, porque yo te voy a ayudar, sólo déjame que haga unas llamadas y hable con unos amigos, ¿vale?

Miro hacia mi anillo sonriendo, cuánto le debo a mi abuela. Después de aquella conversación una pequeña llama de esperanza se instaló en mi pecho, que sin lugar a dudas fue muy bien alimentada.

Una semana después de aquellas palabras estaba cogiendo un avión dirección a Nueva York, con una única despedida, la de mi abuela.

Es una etapa de mi vida de la que no me gusta hablar especialmente, pero que me ayudó a madurar. Tuve que aprender a vivir yo sola y a resolver mis problemas por mi misma, la única persona que me ayudaba estaba a bastantes miles de kilómetros de mi, y digo única porque mis padres realmente jamás han sido un apoyo verdadero, han sido un apoyo de fachada. De los que cuando estás frente a alguien dan la cara, pero que en cuanto ya no están la esconden para no volver a sacarla.

Llegué a Nueva York con casi 18 años, yo, una niña, porque eso era, que jamás había estado segura de si misma, que siempre había sentido que realmente no había nada bueno en ella, que cada vez que se miraba a un espejo lo único bonito que veía era el color de sus ojos azules como el mar y su pelo rubio. Pero, ¿y lo demás? Cuando entré al instituto... Bueno, se puede decir que yo fui una niña que jamás se preocupó por cómo se veía hasta ese entonces.

Siempre ha destacado mi estatura frente a las demás chicas que solían ser algo más menudas que yo, con mi metro setenta y un centímetros. Al igual que siempre han destacado mis kilos demás, y no, no son 3 o 4 kilos. Mi peso sobresalía 20kg por encima del percentil, y cuando eres adolescente, hija de un famoso empresario, y el ojo de todas las críticas que puedan decir, no es nada bueno. Siempre he tenido que soportar las lenguas viperinas del instituto, las risas de muchos compañeros, si es que se los puede llamar así, y las burlas de muchos chicos.

No voy a decir que no me afectó, si lo hizo. Hasta el punto de que no quería usar vestido, porque no me gustaba mostrar mis piernas, mucho menos faldas. En mi armario no faltaban pantalones negros y blusas y camisas holgadas, no soportaba que ninguna prenda quedase ajustada a mi cuerpo, aunque puedo agradecer a mis kilos de más el buen par de pechos que sigo teniendo, para que engañarnos.

Tampoco voy a decir que ojalá no hubiera pasado por todo eso, porque todo eso es por lo que soy como soy hoy en día, doy las gracias por ello.

Y sin entretenerme más, os cuento como cambió mi vida desde que aterricé en Nueva York aquel 28 de noviembre de 2010.

Me propuse dejar atrás todo lo malo, con todo lo malo me refiero al inexistente cariño recibido por parte de mi padre y mi madre, mis hermanos a veces si parecían sentir algo de cariño por mi... A todo lo malo le sumo también las burlas hacia mi persona, las chicas y chicos que se habían reído de mi, pero sobre todo a Massimo di Angelo, mi primer gran amor platónico y a la vez mi gran verdugo.

Cuando llegué, mis padres tardaron en llamarme dos semanas, después un mes... Después, les mandé un correo comunicándolos que había cumplido mi mayoría de edad y al contrario de lo que suele ocurrir, esta vez el regalo se lo hice yo a ellos. Les comuniqué que a partir de ese momento haría realidad el deseo que una noche le escuche decir a mi padre a escondidas en su despacho, "ojalá no hubiéramos decidido tener un tercer hijo." Ya no tendrían que molestarse más en llamarme, yo había decidido olvidarles.

Nonna intentó que recapacitara, pero mi decisión fue firme y constante, no había vuelta a atrás y ella acabó aceptando mi decisión.

Aparte de seguir con mis estudios, me propuse primero empezar a amar mi cuerpo, y después de aprender a hacerlo, me dije que aunque amase mi cuerpo también quería quitarme algunos kilos, no por estética, si no por salud además de que siempre he sido una chica a la que le gusta el deporte aunque no lo ejerciese por vergüenza. Con el paso de los meses el cambio era notorio en mi, mi cuerpo se iba moldeando y mi ánimo cada vez era mejor, cada vez me aceptaba más. La niña se fue convirtiendo en una gran mujer, según nonna. Estudié, me gradúe, seguí con estudiar la carrera que tanto ansiaba, y proseguí fundando una empresa con mi mejor amigo.

Hoy, soy la mujer que soy, segura y decidida gracias a todo lo que he vivido en mi vida, aunque había 2 cosas que no olvidaría jamás. La falta de amor de mis padres hacia mi persona y todo lo que me había hecho Massimo, por esos dos motivos no he querido jamás volver a Roma, de hecho si he visto a la abuela es o porque había venido a Nueva York, o porque habíamos quedado en otras ciudades de Europa a las cuales ambas nos desplazábamos.

Y hoy estoy aquí, subida a este avión dirección a Roma, y aunque me repita a mi misma que no pasa nada estoy hecha un flan.

Sacudo mi cabeza y salgo de mi ensoñación dándome cuenta de que llevo cerca de una hora sumida en mis pensamientos y decido que mi cabeza ahora mismo no está para trabajar, así que vuelvo a apagar el portátil y guardarlo en su funda para después acomodarme en el asiento, cerrar mis ojos... y descansar.

En mis sueños se cuela Roma, pero cuando despierto, se cuela en mis pupilas y en los latidos acelerados de mi corazón.

Lazos de sangre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora