Capítulo 10

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-Es mejor que os deje solos, Nea. Estaré en mi despacho, voy a revisar algunos documentos, te paso a recoger para ir a comer, ¿vale?

Cuando Robert se giró hacia la puerta Marco estaba parado en esta, por lo que le hice una señal con la cabeza.

-Pasa, Robert ya se iba.

En vez de dirigirme hacia el escritorio, esta vez me encamino hacia los sofás cerca de las ventanas sintiendo en mi espalda la mirada de Marco continuamente. Hecho que consigue ponerme nerviosa, siempre ha sido el hermano que más me ha impuesto de los dos.

-¿Desde cuando estás aquí?

-Desde ayer, llegué ayer por la mañana.

Giro quedando ahora frente a frente con él, encogiéndome levemente de hombros.

-¿Quieres algo de beber? Siéntate, no te quedes de pie.

-Lo mismo que sea que estés bebiendo tú.

Sigo con mis ojos los movimientos de las manos de Marco que fueron a su corbata para aflojar ésta.

Ese movimiento me hace sonreír, siempre que Marco usaba su traje para las fiestas antes de trabajar con Alessandro denotaba su nerviosismo por algún motivo, y pongo la mano en el fuego de que eso no ha cambiado.

Cojo un nuevo vaso sirviendo licor en éste tendiéndoselo después a él antes de sentarme en el mismo sofá que él, ligeramente ladeada hacia él.

-¿Alguien lo sabía? Que volvías...

-Técnicamente no, para nonna fue toda una sorpresa, aunque estos años sabía donde estaba, y de casualidad cuando Robert y yo estábamos en su casa comiendo apareció Luca, no fue nada planeado y si no te ha dicho nada es porque yo le pedí que no le dijese nada a nadie.

El silencio se instaló entre nosotros durante un par de minutos, hasta que un Marco algo confuso volvió a hablar.

-¿Por qué desapareciste? ¿Por qué te fuiste?

-Porque no podía más, Marco. ¿Alguna vez has hablado con ellos sobre el motivo por el que hice lo que hice?

-No, sólo de un día para otro nos dijeron que nunca más volverías, como si nunca hubieras estado, que lo dejásemos estar. Luca y yo nos negamos, no podíamos hacer como si nunca hubieras estado, por dios eres nuestra hermana. Llamamos a tu número de teléfono, pero nos saltaba la operadora diciendo que dicho número ya no existía... No teníamos tu correo, ni siquiera sabíamos donde estabas, Luca y yo hemos pensado todo este tiempo que te estabas quedando en Londres, estuvimos buscando... Por cada universidad, incluso hospitales y hasta en las actas de decesos temiéndonos lo peor al no encontrar ninguna Alessandra Belloti, pero no estabas por ningún lado... Como ibas a aparecer, si estabas en Nueva York y bajo el nombre de Atenea Giacometti. Al principio debo decir que no sabía de donde habías sacado el apellido... Pero ahora me queda claro que has adoptado el apellido de la abuela.

Una suave sonrisa surcó los labios de Marco, y a mi sus palabras me han provocado un nudo en el estómago y en la garganta, siendo incapaz de proferir una palabra. Mis hermanos me habían estado buscando.

-La abuela nunca nos dijo que sabía donde estabas... Pero yo sabía que ella tenía que saber algo, sabía que no te dejaría sola y a tu suerte. ¿Porqué, Alessa?

Escuchar aquel diminutivo me hizo cerrar los ojos con fuerza encogiéndome en mi misma.

-Por favor no me llames Alessa, Marco... Ya no soy Alessandra, solo soy Atenea... ¿Por qué? Un día volvía de dar un paseo cuando Fiorella y Alessandro estaban hablando en el despacho de la casa, y tú sabes lo curiosa que he sido siempre... Al escuchar mi nombre en la conversación me quedé tras la puerta escuchando, y no sabes lo duro que fue escuchar que nunca debían haber tenido otro hijo más, que solo daba dolores de cabeza. Marco, no podía obligarme a estudiar una carrera que no quería o si no condenarme a ser una mujer florero. Una mujer florero, por cierto, con un hombre que se había reído de mi cuanto había querido. Era una niña, porque nunca me sentí mujer hasta que me sentí libre. Era una niña que escuchó a sus padres decir que no la querían.

Un gruñido se escapó de mi garganta al intentar ahogar un sollozo que quería escapar de mis labios y lo cual no permití. No iba a hacerlo, no iba a quebrantarme por el recuerdo del pasado.

-No puedo creerlo... Atenea, mamá lo ha pasado realmente mal. No ha vuelto a ser la misma desde aquel día. Padre siempre ha sido más serio y sabes que nunca hemos sabido que ha sentido... Pero lo vi llorar, Atenea. Lo vi llorar en su despacho, maldiciendo y despotricando. Lo que te puedo asegurar, es que hoy prácticamente lo has dejado con la boca abierta.

Río con suavidad al escucharle mirando hacia él.

-Esa ha sido la empresaria, la señorita Giacometti, pero no su hija, que no se te olvide.

-Oye... Y... Robert y tú...

Enarco una de mis cejas al escucharle al no saber a qué se refería, inclinándome ligeramente hacia él.

-¿Robert y yo...?

-Ya sabes... Sois... ¿pareja?

Quedo mirándole durante unos segundos con mi ceño fruncido, estallando finalmente en una carcajada echando mi cabeza hacia atrás agarrando mi estomago con mis manos negando varias veces. Marco sin embargo frunció más su ceño cruzándose de brazos, recordándome a cuando éramos pequeños y se enfurruñaba.

-¿De qué te ríes?

-Ma-Marco... Robert es sólo mi socio y mi mejor amigo, no es ni mi pareja ni nada por el estilo. No tengo pareja, estoy perfectamente así.

-Me dejas más tranquilo, si no créeme que tendría que hablar con el señor Stone seriamente, con mi hermanita no se mete nadie.

Sus palabras me hacen sonreír ampliamente, provocando que prácticamente me lance a él abrazándole con fuerza dándole un beso en la mejilla.

-Te he echado de menos, Marquito.

Escuchar su gruñido al llamarle por aquél diminutivo me hace reír de nuevo, sintiendo sus brazos rodearme también.

-No me llames así, cara... Y... Yo también te he echado de menos.

-Te has reblandecido, hermanito.

-Como te sigas riendo de mi te suelto ahora mismo eh.

-¡No! Ya paro, me porto bien.

-Te invito a comer, te voy a llevar a un restaurante nuevo que te va a encantar, y así podemos seguir hablando, ¿quieres?

-Me parece genial, aviso a Robert y nos vamos, dame un minuto.

Salgo de mi despacho con al sonrisa pintada en mis labios caminando hacia el despacho de Robert, tranquilamente, sin prisa, cuando escucho una voz a mis espaldas que me hace detenerme.

-Alessandra, tenemos que hablar.

-¿Qué haces aquí aún, Mássimo?

Lazos de sangre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora