-Me estoy dando cuenta, nunca había visto una mirada tan fría en ti. Cuando te fuiste eras una niña, con ojos tristes, eso sí, pero una niña. Mírate Atenea, eres toda una mujer. Nunca te habría imaginado vistiendo así, tienes una elegancia y un carisma increíble... Y por tu sonrisa puedo ver que lo sabes bien.
Una suave risa escapó de mis labios, pero no fue una risa alegre, si no, mas bien, una risa que denotaba el tono amargo en ella. Las palabras de mi hermano eran acertadas, cuando se fue de Roma no había nada feliz en ello.
-Soy más fuerte que antes Luca, nada me achanta. Ya no tengo miedo de exponer lo que pienso frente a nadie, no va a estar Alessandro para denegarme con sus afiladas palabras, ya no me mengua como persona. Esta que ves soy verdaderamente yo.
-Atenea también es tu padre, no le llames por su nombre como si fuera un desconocido.
-¿Se puede considerar mi padre a la persona que tan poco me quiso nunca?
A la par que mis palabras salían de mi boca me acercaba poco a poco de nuevo a mi hermano.
-No digas eso, el si te quería, se que te quería. Al igual que mamma.
-No, tú no lo sabes, no sabes todo lo que yo he tenido que escuchar de sus labios a escondidas. Y Fiorella... Ella solo le daba la razón a él en todo. Si decía que yo era un fracaso ella solo asentía en acuerdo, ¿eso es realmente el cariño de una madre? No, no lo es.
Tuve que parpadear para eliminar las lagrimas que habían aparecido en mis ojos, y pude ver como una mueca dolor cruzaba el rostro de mi hermano. Mi abuela hacía rato que había abandonado la habitación y ninguno de los dos nos habíamos dado cuenta.
-¿Y por eso tenías que desaparecer de la vida de todos? Atenea, Marco y yo no somos ellos, y lo sabes. Somos tus hermanos y siempre te hemos querido. No nos merecíamos que no nos llamases.
-Vosotros también podíais haberme llamado cuando teníais mi número cuando me fui y nunca recibí una llamada, siempre tenía que llamar yo si quería saber algo de mi familia. Luca, necesitaba esto. No podía seguir así, y bien lo sabes. Mi vida se convirtió en mantenerme callada y asentir cada vez que él decía que era una inútil con pies de hojalata. Si no me he puesto después en contacto es porque se que se lo diríais a ellos, no porque me olvidase de vosotros. Jamás lo haría.
Tuve que suspirar para calmar de nuevo mis ganas de llorar al igual que tragar saliva para deshacer el nudo de mi garganta. Lo que pasó al segundo siguiente fue rápido, los brazos de Luca me rodearon atrayéndome hacia su pecho y abrazándome con fuerza.
Los míos no tardaron en reaccionar rodeando su cintura a la vez que escondía mi rostro contra su pecho, hasta ahora no se había dado cuenta de cuanto echaba de menos estos abrazos, ni de cuanta falta me habían hecho.
No lo retuve más y lloré en los brazos de mi hermano, volviendo a ser de nuevo una niña, pero jamás la que un día fue.
No sé cuánto tiempo pasó desde que empecé a llorar, hasta que por fin me calmé aun en los brazos de mi hermano, con la diferencia de que ahora nos encontrábamos sentados, él en el sofá y yo acurrucada sobre sus piernas.
Tras ir al baño y refrescarme la cara bajo la atenta mirada de mi hermano, volvemos de nuevo al salón. Esta vez su brazo rodea mi hombro y yo camino acurrucada contra su cuerpo de vuelta al salón donde ya estaba Robert despierto con mi abuela.
-Robert, te quiero presentar a Luca, mi hermano. Luca, el es mi... Mejor amigo y mi jefe.
Vi como Robert enarcaba una ceja ante esas palabras, sabía por ellas que no le había dicho nada acerca de la empresa y de que no sólo Robert era dueño si no yo también.
Ambos hombres se estrecharon las manos a modo de saludo.
-Encantado Luca, iba a ir a buscaros, no quería interrumpir, pero debemos de irnos a registrarnos en el hotel antes de que se nos pase la hora o no podremos alojarnos en él.
-¿No te vas a alojar aquí?
Luca miraba a su hermana con el ceño fruncido al escuchar que debían ir a registrarse al hotel.
-No, nos alojaremos en uno de los hoteles de la ciudad, aunque me encantaría quedarme aquí con nonna no quiero encontrarme con Fiorella cuando venga a verla. De todas maneras, que la abuela te de mi número, me he olvidado las tarjetas y la verdad es que no me lo sé de memoria.
Una nueva mentira que sabía que Robert había descubierto por su sonrisa burlona, aquello confirmaba su teoría.
Obviamente no había olvidado mis tarjetas, siempre llevaba en mi bolso, pero en ellas constaba la información que había estado obviándole a mi hermano todo este rato.
Con la promesa de quedar con él nuevamente cuando él me llamase, y tras habernos despedido, Rob y yo salimos rumbo al hotel a registrarnos.
Ciertamente estaba agotada, necesitaba dormir y descansar puesto que al día siguiente ya tendrían la primera reunión.
B
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Lazos de sangre.
RomanceAtenea Alessandra Belloti Giacometti se fue de su casa con 17 años con el único apoyo de su abuela materna, abandonó Roma para irse a Nueva York. Ocho años después vuelve a la tierra que la vio nacer convertida en una mujer totalmente diferente a a...