Capítulo 4

1.8K 96 0
                                    

           

Casi puedo ver la piel de mi hermano erizarse al escucharme. Han pasado segundos, pero parece que han pasado horas.

No se mueve, no reacciona, ni siquiera se gira. Empiezo a pensar que fue mala idea seguir mis instintos y presenciarme en el salón nuevamente, aunque esa sensación se esfuma cuando veo a mi hermano girar lentamente.

Un cosquilleo se instala en mi estómago, sigue tan guapo como era. Su pelo negro sigue teniendo el mismo brillo que le caracterizaba, su nariz perfilada, sus ojos azul intenso del mismo color que los míos, incluso sus carnosos labios.

-¿Atenea? Santo dios... Eres tú.

Trago saliva nuevamente intentando deshacer el nudo instalado en mi garganta, pero aun así mi voz sale en apenas un susurro... Siento mis piernas como si fueran de mantequilla.

-Eso dicen...

Cambio mi peso de una pierna a otra deseosa de abrazarle, aunque me mantengo en mi sitio al no saber si sería lo indicado.

No me da tiempo a pensar nada más, pues enseguida lo tengo frente a mi y todo pasa en una milésima de segundo... Sus brazos me rodean y me aprietan contra su pecho en un fuerte abrazo, los míos no tardan en reaccionar y rodear su cintura con ellos a la par que escondo mi rostro en su pecho.

A pesar de mi altura, Luca es aun más alto, mide un metro ochenta y seis. Y entonces, cuando estoy en sus brazos, es cuando me doy cuenta de que a pesar que en estos años la niña que se fue se a convertido en una mujer, en los brazos de mi hermano vuelvo a sentirme una niña.

Luca es dos años mayor que yo, tiene 27 años. Es el mediano de los tres, Enzo es el mayor a sus 30 años.

-¿Dónde has estado todos estos años? ¿Por qué no has llamado nunca?

-No podía Luc... Simplemente no podía.

-Déjame verte, creí que no volvería a ver a mi hermana favorita.

Se separó de mi poniendo sus manos en mis hombros mirándome con una amplia sonrisa que me hizo sonrojarme hasta la médula, y sonreír de lado.

-Oh vamos, soy la única hermana que tienes, adulador.

Una carcajada que se escapó de los labios de mi hermano me hizo sonreír con amplitud, riendo con él.

-Si, pero eso no va a hacer que no te regañe. ¡Atenea Alessandra Belloti Giaccometi! ¿¡Por qué demonios no te has comunicado conmigo!? Ni una carta. ¿Sabes cómo se siente?

-Luc, te lo vuelvo a decir, no podía. ¿Crees que ha sido fácil para mi? No lo ha sido. Pero si hablaba contigo Fiorella lo iba a acabar sabiendo tarde o temprano.

Nonna, que hasta ese momento se había mantenido apartada de la conversación se acercó a nosotros poniendo una mano en el hombro de cada uno.

-Es tu madre también Atenea, no la llames Fiorella, es de lo más extraño escucharte hablar así...

-Luca, no seas duro con ella.

El chico miró hacia su abuela frunciendo su ceño colocando ahora sus manos sobre sus caderas.

-Para ti es fácil, a ti te ha llamado todo este tiempo, te ha escrito, te ha dicho donde estaba y sabías que estaba bien, pero yo no, no he sabido nada de mi hermana.

Me encogí ante las palabras de mi hermano rodeando mi propia cintura con mis brazos cogiendo aire como si de esa manera cogiera valor, preparada para explicarme, pero las precoces palabras de mi abuela me adelantaron.

-Oh, no sólo eso querido, todos los viajes que he hecho desde que tu hermana se fue han sido para ir a verla.

-Abuela...

-No, Atenea, de abuela nada. Que lo sepa.

-¿Has estado viéndola todo este tiempo y no nos has dicho nada nunca?

Luca retrocedió un par de pasos mirándonos de manera intermitente a mi y ala abuela, hecho que me hizo bajar la mirada, de alguna manera después de todo me sentía mal con mi hermano.

-No se te ocurra reprocharme nada jovencito, que no se te olvide que tú al igual que tu madre y tu hermano también la dieron la espalda cuando os pidió ayuda.

-¡Y te he dicho millones de veces que estaba arrepentido!

-Si, cuando te diste cuenta que realmente había cumplido su promesa de hacer como si no hubiera existido.

-¡Basta! ¡Los dos!

Agarré el puente de mi nariz con dos de mis dedos cerrando mis ojos y suspirando buscando tranquilizarme.

-Abuela, por favor... Voy a estar poco aquí y no quiero esto, aunque no haya planeado tal encuentro. Y a ti, Luca, no se te ocurra echar nada en cara a la abuela, porque no tienes ningún derecho.

-¿Poco tiempo? ¿No vienes para quedarte?

-No, Luca, he venido por un viaje de negocios.

Moví la mano con suavidad queriendo quitarle importancia al asunto, no iba a admitir delante de mi hermano que venía a resolver asuntos de mi propia empresa, no aún.

-Vamos al despacho del abuelo, no quiero despertar a Robert.

Giré sobre mis pies para encaminarme al despacho mencionado, esperando a que pasaran para cerrar la puerta tras ellos caminando hacia la otra punta de la sala en la que ambos se encontraban paseando mi mirada por la estancia.

-¿Robert? ¿Es que te has casado?

-¡Santo Dios, no! Robert es un amigo.

-No has cambiado... Te sigue dando el mismo horror la idea de un matrimonio.

Vi como en el rostro de mi hermano se dibujaba una sonrisa suave, me atrevería a decir que triste al recordar años atrás lo que me hizo negar con suavidad.

-No, horror me daba la idea de tu padre. El día que encuentre al hombre adecuado me casaré, cuando yo quiera, no porque me obliguen.

Se hizo un silencio algo incómodo en la sala en la que aproveché para acercarme a la mesita en la que se encuentran las botellas del licor, sirviéndome en un vaso amaretto, mi preferido. Sentía en mi espalda la mirada atenta de mi hermano, pero no me hizo amedrentarme.

-¿Dónde está mi Atenea? ¿Dónde está la niña que yo conocía?

Esas palabras me hicieron girarme lentamente hacia mi hermano quedando de medio lado, esbozando una sonrisa irónica ladeada, hablando con la mirada fija en los ojos de él y en un tono bajo, pero lo suficientemente alto para ser escuchado.

-No existe, Luca. Ya no.

Lazos de sangre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora