Llevamos media hora en la sala de urgencias del hospital, y según hemos entrado ya me daban ganas de llorar. Las salas de espera de cada especialidad están abarrotadas de gente y la mayoría comentan que acaban de llegar.
En la media hora que llevamos aquí ni siquiera le han hecho una exploración previa, aunque gracias a dios su nariz por fin ha dejado de sangrar y mi conciencia está más tranquila. Que le odie no quiere decir que quiera matarle de un golpe... o si, quien sabe. Esa reflexión hace que me ría mentalmente, aunque creo que lo he hecho en alto al ver como me miran Marco y Massimo por lo que enseguida borro la sonrisa de mi cara y carraspeo con suavidad recuperando mi compostura.
-Eh... Se me ha venido a la mente algo gracioso y pensaba que no reía en alto.
-Podías decirlo en alto y así nos reímos todos.
Mi mirada se fija esta vez en Massimo haciéndome elevar una de mis cejas sonriendo de manera torcida.
-Créeme, precisamente tú no quieres saberlo.
Puedo notar como se estremece y enseguida escucho la risa de mi hermano.
Me levanto del asiento en el que estoy girándome de medio lado hacia ellos buscando en mi bolso mi monedero.
-¿Queréis un café? Voy a por uno para mi.
-¿Otro café te vas a tomar? Solo llevamos media hora aquí.
Ruedo los ojos tomándome la respuesta como un no, por lo que me encamino hacia la máquina de café seleccionando nuevamente el capuccino de avellana. Doy un respingo cuando siento una mano en mi espalda mirando hacia atrás y reconociendo a Marco.
-¿Es que acaso quieres que te golpee como a Massimo? Joder, vais a hacer que me de un infarto.
-Lo siento, enana. Me tengo que ir, cuando terminéis llamadme y vengo a por vosotros, ¿vale?
-¿Que? Marco, no.
Gruño pero no me da tiempo a decir ni una palabra, sus labios rozan mi frente dejándome un beso fugaz y un nuevo lo siento antes de dirigirse a la salida. Y entonces vuelvo mi mirada al lugar que antes estábamos sentados los tres, Massimo me estaba mirando en ese momento pero retira enseguida su mirada.
Resignada cojo el café que la máquina hace un momento termina de preparar y me encamino de nuevo hacia los asientos sentándome a tres sillas de Massimo, todo lo alejada que he podido, cruzando mis piernas mientras muevo el café con al palito que dispensa la máquina.
-No tengo piojos, ni muerdo... No hace falta que te sientes en el otro lado de la sala.
-Me gusta esta silla.
-No sabía que te fijabas en él aura de las sillas.
-Si cada vez que abras la boca vas a soltar una idiotez, por favor, ciérrala.
Al elevar mi mirada puedo ver algunas de las personas de la sala de espera mirándonos con diversión por lo que enseguida bajo mi mirada al café nuevamente sintiendo el rubor subiendo a mis mejillas.
-¿Te duele mucho?
-Un poco, no te voy a engañar.
Tuerzo mis labios, y tras unos segundos pensando finalmente me muevo y me siento en la silla contigua a la suya terminándome mi café.
-Perdón, no quería hacerte eso.
Me inclino para tirar el vaso vacío del café a la papelera antes de cruzar mis brazos bajo mi pecho tapándome el uno con el otro para así darme calor, pues no es que hiciese muy buena temperatura en aquella sala y lo estaba empezando a sentir.
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Lazos de sangre.
RomanceAtenea Alessandra Belloti Giacometti se fue de su casa con 17 años con el único apoyo de su abuela materna, abandonó Roma para irse a Nueva York. Ocho años después vuelve a la tierra que la vio nacer convertida en una mujer totalmente diferente a a...