Maxie sentía como el frío inundaba su nariz. Como su tabique tomaba un color carmín y sus manos se sentían como rocas por el gélido aire que penetraba su piel.
Sus botas de nieve dejaban huellas sobre el conjunto de copos y resonaban en la acera abastecida de gente. Se movía como una sombra entre ellas, como siempre le gustaba hacerlo en los días congelados de invierno para observar todo a su alrededor siendo invisible a los ojos de los mundanos.
Pero esta vez, se permitió cerrar los parpados y moverse por instinto, chocando con hombros y recibiendo quejas que eran ahogadas por la fuerte música en sus oídos, aislàndolo por completo del resto sumergiéndolo en su mundo.
No se estaba sintiendo bien, y tal vez había sido la mirada que Alec le había dado antes de que anunciara su salida lo que lo hiciera darse cuenta. La manera en la que Magnus apretó sus labios pero decidió guardar silencio cuando le vio vestido con ropa de Rafael. Ropa varonil. Ropa que no estaba hecha para ella pero sí para él.
No sabia a dónde iba, aunque sus pies marchaban a paso firme y le daban la confianza de saber exactamente hacia donde se dirigía. Como si su corazón trazara huellas hacia un lugar que no conocía. Las calles se volvían más estrechas y las luces eran comidas por las sombras, dejando la noche más oscura de lo que era y a la luna más brillante junto a sus acompañantes las estrellas. Aún así no le importó. No consideró darse la vuelta para ir hacia su casa y ocultar su piel palida bajo el manto de una chimenea caliente. No consideró los peligros que podría haber ahí, dentro de esas calles inhóspitas y cavernales, hechas para esconderse cuando no quieres ser encontrado.
Maxie hundió la mitad del rostro dentro de la bufanda negra y apretó los puños dentro de los bolsillos de su chaqueta. Sus pies siguieron moviéndose mientras su mente aún parecía no arrancar, en blanco, en negro.
Un callejón humeante por el vapor que desprendían los radiadores fue su parada. Estudió con ojos vivaces todo lo que lo rodeaba, ajustando su vista a la poca iluminación que la luna le brindaba. Caminó con lentitud, adentrándose a lo desconocido, apretando el dinero entre sus puños.
Observó a un hombre, tal vez de la edad de Isabelle pero que aparentaba doblegar ese número cuando levantó la mirada y sus arrugas le sorprendieron. Sus pupilas dilatadas al máximo, le estudiaron. Maxie no tuvo miedo, le devolvió la mirada con la misma frialdad, confiado de que si intentaba hacerle algo, con un solo golpe el otro caería rendido, demasiado drogado como para devolverle la pelea.
-¿Qué buscas, criatura?- la voz ronca y perdida del hombre inundó sus oídos. Arrastraba las palabras con pereza y auténtico fastidio. Parecía sin ganas de vivir, esperando su final. A Maxie le hubiera gustado asesinarlo para terminar su dolor, porque sabía como era vivir con un agujero en tu pecho creciendo más hondo y volviéndose más real.
-Me dijeron que aquí podría encontrar buena mercancía.
El hombre rió.- Largo, muchacho. Esto no es para ti.
-¿Qué demonios sabes tú lo que es para mí?- bramó con coraje.-Traigo tu maldito dinero, vendeme la droga y me marcharé.
El hombre volvió a verlo, midiendo con un gesto al chico.
-Ya he arruinado muchas vidas antes, incluyendo la mia. No volveré a hacerlo. Marchate.
-Una vida más, una menos- restó importancia, tratando de calmarse-. No sabes con el dolor que lidio desde que he tomado consciencia de que no pertenezco a este mundo, de que ni siquiera me pertenezco a mí. Sé que no es una solución, sé en lo que me estoy metiendo.
-No es mi problema.
Maxie sacó el dinero de sus puños, diez billetes de cien dólares desordenados y arrugados, los arrojó sobre el regazo del hombre con fuerza y odio hacia sí mismo. Lo observó desafiante y esperó su reacción.
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Metamorfosis de piel [sin editar]
FanfictionAlexander y Magnus Lightwood-Bane están felizmente casados hace más de veinte años pero nadie les advirtió que ser padres iba a ser totalmente diferente a una vida de esposos, sobre todo cuando sus tres hijos ya no eran niños pequeños sino adolescen...