Magnus hizo un sonido gutural que iba desde su garganta y llegaba a los oídos de un somnoliento Alec. Alexander estiró con pereza el brazo y acunó en su palma la mejilla dorada de un Magnus que luchaba por volver a su sueño bañado en purpurina. Alec cepillaba las espesas pestañas con las yemas magulladas de sus dedos y respiraba pasible mientras sus ojos se adaptaban a la oscuridad. A pesar de ser las siete de la mañana, al ser invierno, el sol aún no se asomaba por sus ventanas y no apresuraba sus rayos por ningún motivo.
Alec escuchó como platos eran movidos de un lado a otro en la cocina de su hogar, oía pasos densos que desaparecían en las escaleras, y pequeños sonidos que pasarían desapercibidos si no fuera porque él los conocía a la perfección.
Miró a su esposo de nuevo, la boca entre abierta, el cabello suave y revuelto, sin una gota de maquillaje delineando su perfil varonil. Sonrió, estaba perdidamente rendido a los pies de aquél moreno, y núnca se arrepentiría de ello. Alec se acercó con cuidado al rostro del asiático y besó con devoción las mejillas de éste, su nariz, su frente y por último su labio inferior. Besos que sabían a inocencia y amor, que sabían a familia y hogar.
Magnus sonrió. No habia manera que él eligiera despertar de otra forma si no eran con los besos de su Alec. Estaba despierto, pero no abriría sus ojos, dispuesto a seguir recibiendo atención del menor. Alexander no se hizo esperar. Se acurrucó más cerca de su piel acaramelada, la seda de su camisola para dormir le rozaba la piel cremosa. Acarició su espalda y siguió repartiendo besos por los hombros de Magnus. Rió infantil cuando el mayor lo sujetó de la cintura y lo subió encima de su cuerpo, abrazandolo con fuerza para absorber todo el calor que Alec emanaba de sí. No solo físico, sino también emocional.
La puerta de la habitación fue abierta abruptamente rompiendo el momento íntimo que habían logrado. La luz del pasillo se colaba sin piedad e impactaba los ojos adormilados de ambos. Rafael se encontraba de frente a ellos. Las rastas de 40 centímetros caían a sus espaldas, su pantalones a rayas rojas dandole un aspecto despreocupado, una camisa blanca, zapatillas rojas y un morral en brazos. Los miraba con una ceja alzada mientras ambos se acomodaban, Magnus sin inmutarse y Alec con un ligero rubor.
-Madzie está como loca diciendo que llegaremos tarde- anunció sin un atisbo de importancia en su voz.
-Son solo las siete, dile a tu hermana que bajaré en unos momentos- Magnus restó importancia.
-De hecho, amado padre, son las siete y media, y en efecto llegaremos tarde.
Magnus dejó de bostezar para mirarlo con el ceño fruncido. Sintió como Alec se levantaba de su lado susurrando un pequeño "mierda". Miró el reloj de pared, su hijo mayor no estaba equivocado, y no solo eso, él también llegaría tarde a su trabajo.
Se paró en cuestión de segundos y sacó con cuidado las perchas de ropa de su armario. Era una costumbre tener su ropa preparada desde la noche anterior, algo que le regalaba minutos extras con su esposo enredado con él en sus sábanas. Magnus se cambió en tiempo record y decidió maquillarse camino a la oficina, era eso o arriesgarse de que a su pequeña Madzie le diera un síncope.
Alec ya tenía preparado el café en su pequeño termo, era algo que siempre acostumbraba a hacer. Incluso cuando los niños eran demasiado pequeños y él debía prepararles el desayuno, Alec se daba un tiempo de poner la cafetera para él y con cuidado embotellarla. Magnus no sobreviviría a un día sin ese amargo nectar, y no podría sonreir si no era el de ojos azules preparàndolo.
Sintió un tirón de su chaqueta morada, Max lo miraba con ojos pesados por el sueño, pero aún mantenía una sonrisa en sus labios. Bostezó vulgarmente antes de hablar.
-Hoy vendrá Blake a almorzar.
-Hoy hay ensayo de la banda.- Informó Rafael.
-Y yo tengo que estudiar.- Protestó la morena, cruzando los brazos sobre su pecho. - Asi que pueden ir con su ruido a otro lado.
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Metamorfosis de piel [sin editar]
FanficAlexander y Magnus Lightwood-Bane están felizmente casados hace más de veinte años pero nadie les advirtió que ser padres iba a ser totalmente diferente a una vida de esposos, sobre todo cuando sus tres hijos ya no eran niños pequeños sino adolescen...