017 | Versailles

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Él estaba seguro de que ella estaba residiendo en Francia justo en esa fecha en la que había viajado, lo único que jamás leyó o quizás si lo hizo, pero no prestó atención fue en que parte de Francia ella estaba viviendo. Sam se había alejado considerablemente de aquellas tiendas, ahora se encontraba en un parque ubicado en cualquier lugar de Francia, e interceptó a otro desconocido:

—Disculpa—expresó Sam.
—¿Sí? —dijo el sujeto.
—¿Sabes dónde queda la universidad más importante de Francia? —preguntó Sam con sensatez.
—La única universidad que conozco de ese ejemplar es la universidad de la Soborne —explicó el sujeto—. De hecho, está ubicada en la capital.
—¿Cómo llego allí? —preguntó Sam.
—Puedes tomar un tren hasta allá —respondió.
—Muchas gracias, solo una pregunta más, ¿En dónde estamos ahora mismo? —preguntó Sam.
—En Versailles —respondió.

Ya por lo menos, no se encontraba tan desubicado en el espacio-tiempo, sin preámbulos, se dirigió hacia el tren más cercano, pero volvió a tener el mismo problema monetario a la hora de acercarse a comprar los tickets, este tipo de situación se estaba volviendo un poco tedioso para Sam, porque lo llevaba a hacer cosas que jamás había hecho en su vida, de modo que tuvo que pensar como entrar implícitamente al tren pero antes intentó pidiendo dinero para comprar el pasaje, pero por la ropa —elegante— que llevaba puesta, la gente solo lo tomaba como una broma, y en otros casos, le decían que fuera a trabajar, nadie accedió a ayudarlo. Antes de irse a sentar, se dirigió al marcador de la estación de tren que exponía los diferentes destinos, horarios, y uno que otros detalles, pudo notar que el tren que iba a la capital tardaría en llegar en una hora aproximadamente, por lo tanto, tenía una hora casi para descubrir de alguna manera de cómo abordar. Así que, se quedó sentado un buen rato, esperando que pasara cualquier tren para analizar perspicazmente cualquier pista de vulnerabilidad para abordar implícitamente. Habían trascurrido alrededor de veinte minutos, y no había pasado todavía el primer tren, el desánimo estaba persuadiendo a Sam, en tener que abandonar la idea de subir, porque para empezar nunca había hecho algo semejante, y podría sobre todo traerle repercusiones graves si era atrapado en el acto.

Él se levanta, se dirige hacia las escaleras que llevaban hacia la salida, pero empieza a escuchar un ruido, se devuelve y se da cuenta que se trataba de un tren, vuelve a tomar asiento para quedarse observando las maneras de entrar desapercibido. Cuando el tren se detiene, y abre sus puertas, se percata que en cada puerta había un oficial recibiendo los boletos. Sam se levanta, y detenidamente se pone a analizar cualquier otra posible entrada, aparentemente no había alguna forma de penetrar el tren, en la precaria situación en la que se encontraba lo llevó a sentarse de nuevo para reflexionar mejor, y analizar mejor la posibilidad de que existiera quizás una alternativa que no vio en el momento. Ya estaba sentado, pero a su lado había una mujer, aparentemente de treinta y cinco años, muy apuesta francesa de hecho, pero lo que le llamó mucho la atención a Sam, fue el libro que ella estaba leyendo, se trataba de nada menos que del libro: «Principios de la filosofía» de René Descartes.

Libro que él había leído dos veces cuando tuvo la oportunidad. Sin pensarlo, él vuelve su mirada, y su voz hacia ella citando una de sus frases favoritas de aquel libro:

—Vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados, sin tratar de abrirlos jamás —exclamó—. Soy Sam, mucho gusto.
—Vaya, que manera tan particular de presentarse —dijo ella un poco anonada—. Soy Alizee, el gusto es mío, y por lo visto, te has leído el libro.
—Sí, de hecho, lo he leído dos veces, porque realmente el libro es una completa joya.
—Muy interesante, ¿Qué piensas al respecto sobre la frase? —preguntó Alizee intrigada.
—Creo convencerme de que lo mismo que Descartes —dijo Sam con vehemencia, y seguidamente añadió—: Le debemos más de lo que imaginamos a la filosofía, hoy somos "algo" en vez de nada gracias a ella, no podemos vivir sin filosofar, la filosofía no solo nos ayuda a liberarnos de prejuicios, sino también a abrir nuestra mente, pero es una lastima como hoy en día la filosofía ha ido perdiendo peso conforme pasa el tiempo, convirtiéndonos en seres incapaces de pensar con nuestro propio criterio, como si de animales se tratara.
—Te seré sincera, no entiendo mucho de lo que dices, sobre todo lo que mencionaste casi al final sobre el decaimiento de la filosofía, hoy todavía contamos con filósofos brillantes que siguen influenciando al mundo —dijo Alizee embrollada—. De hecho, la filosofía en este siglo está más fuerte que nunca.

Luego de él escuchar la respuesta de la mujer, fue cuando se dio cuenta que no había medido sus palabras —nunca debió dejarse llevar—, lo cual era obvio, porque la diferencia de tiempo todavía era mucha para que ella pudiera entender a que se refería; sin embargo, el único propósito que lo llevó a hablar con aquella mujer fue para probar algo que no había intentado, ahora temía que la única oportunidad que tenía no accediera.

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Las crónicas del viajeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora