027 | Pienso, luego existo

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El ambiente entre ellos se había vuelto más liviano, se podía percibir más confianza el uno al otro.

—Tengo un ligero problema, y es que cada vez que alguien me pide que le hable sobre mí, de la nada, mi mente queda en blanco. —dijo Sam riéndose.
—Bueno, no sé, cuéntame cualquier cosa, soy todo oído. —dijo Alizee con un semblante que denotaba interés.
—Hmm, que te puedo decir. Soy amante de la filosofía, antes era ateo, pero ahorita no sé con certeza en que creo, dudo en estos momentos hasta de mi propia existencia. —exclamó Sam.
—Interesante, ¿Cuéntame más sobre eso? Claro, si gustas por supuesto. —preguntó Alizee con un semblante que reflejaba inquietud.

La noche había empezado a caer desde hace mucho rato, las mesas iban siendo desocupadas poco a poco, quedando así muy pocos clientes dentro de la cafetería. El clima había empezado a tornarse gélido. Sin embargo, habían pedido otro café, todo apuntaba a que sería una conversación bastante larga.

—Antes de responder, no sé si habrás leído la frase por parte de René Descartes que dice: «Pienso, luego existo». —dijo Sam.
—Creo que una vez llegué a escucharla dentro de la universidad, pero no lo encuentro sentido. —dijo Alizee frunciendo el ceño, y luego añadió—: ¿Pero por qué lo preguntas?
—Porque al igual que tú, tampoco lo llegué a entender en su momento, sino hasta hace poco. —afirmó Sam antes de tomar otro sorbo de su café.
—¿Y qué entendiste? —preguntó Alizee.
—Es que me di cuenta de que todo este tiempo solo he estado viviendo bajo el pensamiento de alguien más, y no bajo mi propio criterio de las cosas, quedando así atascado. —explicó Sam con mucha ligereza.
—¿En que te quedaste atascado? —preguntó Alizee después de haber tomado un sorbo de su café.
—Para ser más específico, cerré mi mente —aun cuando me consideraba de mente abierta—, corté el puente de la duda en mi cabeza, y solo dejé que los sentidos fueran los únicos medidores del conocimiento adquirido. —dijo Sam con mucha elocuencia y enseguida añadió—: Había puesto en segundo plano mi capacidad de confeccionar mis propios razonamientos, mi única influencia sobre la verdad eran los conocimientos y experiencias comunes aportados por la humanidad.

Alizee estaba intentando seguirle el paso sobre todo lo que le decía Sam, ella dentro de si especulaba sobre que le había ocurrido a este hombre que ahora lo hacía pensar de esta manera por la cantidad de cosas que decía, pero a pesar de todo, ella no podía esconder el interés por oír todo lo que le decía, porque eso era lo que le gustaba, rodearse de gente que pudieran enseñarle sobre temas que ella no conocía. —lo disfrutaba—.

—Entiendo, ahora solo me surge la ligera duda, ¿por qué los conocimientos y experiencias aportados por la humanidad no pueden ser suficientes? —preguntó Alizee con sus dos manos agarrando la taza de café.
—Por cómo una vez lo intentó expresar Descartes en su pensamiento, la verdad, solo la podemos hallar en nuestras mentes, y es la mente la única en quién podemos confiar. —dijo Sam.
—Interesante todo esto, la verdad es que no sé que decir. —dijo Alizee con un poco de pena.
—No te preocupes, perdóname tu a mí por haberme extendido tanto. —dijo Sam avergonzado.
—No tienes porqué, pero si me pareces un vil mentiroso. —dijo Alizee soltando una leve sonrisa, mientras desviaba la mirada.

El cielo se había vuelto más oscuro, las estrellas se habían hecho más notables, las calles no dejaban de ser transitadas, los locales de los alrededores estaban empezando a ser más frecuentados —al parecer se trataba de otra calle bastante activa nocturnamente—.

Sam además se había extrañado con lo que ella había dicho, pero al instante se dirigió a ella:

—¿Por qué lo dices? —preguntó Sam.
—Lo digo, porque al final si tenías mucho que contar. —dijo Alizee con una sonrisa.
—Creo que me dejé llevar un poco. —dijo Sam todavía con un poco de vergüenza.
—Se me está haciendo tarde, tengo que irme. —dijo Alizee.
—¿Te importa si te acompaño? —preguntó Sam.
—No tengo problema. —dijo Alizee sonriéndole.

Sam se dirigió a la caja para saldar la cuenta de todos los cafés que se habían tomado con el mismo dinero que le había llegado a pedir prestado la primera vez que viajó, mientras ella esperaba sentada en la mesa. Terminó de pagar, se dirigió de nuevo a la mesa, y ambos salieron juntos por la puerta. Empezaron a caminar por aquellas calles de París, igual de hermosas como las calles cercanas de la universidad que había visitado, y que posteriormente caminó con Marie Curie.

Aunque algo no andaba bien del todo para Sam porque se había dado cuenta en medio de la conversación que ella había empezado a mostrar actitudes de una persona que empieza a tener atracción o interés por alguien, lo cual era algo imposible de concebir para él.

Él no se podía permitir una aventura, por el amor y respeto que le tenía a su esposa, y además porque también era una completa locura. Era un reto para él, porque la francesa no solo era atractiva, sino también muy inteligente, lo que hacía que ella luciera mucho más interesante. Sam sin duda se había puesto nervioso porque no quería que esto se le fuera a salir de las manos, entre tanto pensar, ella interrumpe el silencio y vuelve su voz hacía él:

Las crónicas del viajeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora