40: Zeerhes Absoluto.

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—¡¿Zeerhes?! —Exclamó Sergio asombrado, con la quijada desbordada y el corazón queriéndosele  escapar de su pecho.

Está es tu última etapa, sé que en tu mente se albergan muchas dudas, y estoy dispuesto a contestarlas. —Expresó Él.

—No sé por donde comenzar. —Declaró Sergio nervioso.

Te comprendo, no es fácil. —Contestó. —Te ayudaré. Veo en el interior de tu alma que te aquejan varias incógnitas, una de ellas es, Yutopya, el "por qué" y el "cómo".

—Sí, es correcto, ¿Por qué fue creado? Y más importante aún... ¿Cómo es posible que puedan vivir en armonía? Es decir, no hay gobierno, no hay dinero, ¿Cómo lo logran? —Por fin se animó a preguntar.

La ambición. —Dijo de manera seca. —El dinero eventualmente provoca ambición. La ambición desea el poder, el poder desata caos y corrupción. —Hizo una larga pausa silenciosa y retomó. —El dinero es solo una ilusión, no es necesario. No tiene valor.

—¿Qué dices? —Escupió en un grito de incredulidad. —¡Claro que tiene valor! Todo depende del dinero. —Aseveró.

—¿La felicidad depende de ello? ¿El sentirte pleno? ¿El tener un propósito de vida? —Cuestionó Zeerhes irradiando su poderosa autoridad.

—Pues no. —Agachó la mirada mientras pensaba que decir. —Pero... ¡Si se ocupa para muchas cosas!

Déjame ilustrarlo mejor, de una manera inteligible para tu raciocinio. —Resonó su voz, hizo una pausa y continuó: —Un hombre llega a un pequeño hotel. Ahí, pide pasar a revisar las habitaciones antes de hospedarse. En la recepción le indican que hacer eso tiene un costo. El hombre paga la tarifa, la cuál es de doscientas monedas. El hombre sube. Durante el tiempo que éste pasa ocupado escudriñando el cuarto, el hombre de la recepción sale, se dirige a donde el carnicero y paga su deuda la cuál era de doscientas monedas, mismas que acaba de recibir. El carnicero a su vez, paga las mismas doscientas monedas al granjero, su proveedor, que ahí se encontraba. El granjero se retira, llega a un burdel, y paga a una mujer doscientas monedas que le debía por algún trabajo poco decoroso. La mujer toma el dinero, dirige sus pasos al hotel, donde el hombre de la recepción, el primero del relato, aguarda. Paga las doscientas monedas que le debía al hombre del hotel por darle crédito para poder ejercer su oficio para aquellos clientes discretos. Después de todo esto, el hombre que escudriñaba la habitación baja, decide no hospedarse, el hombre de la recepción le devuelve el depósito de las doscientas monedas, mismo que le fue entregado por la mujer, que lo recibió del granjero, que lo traía por parte del carnicero, que a su vez lo recibió del hombre de la recepción en primer lugar.

—Como ves, el dinero no tiene valor, las acciones que preceden su uso son las que cuentan en realidad. Nosotros le damos el valor real a algo irreal, esas mismas monedas fueron y vinieron en cinco ocasiones, ¿Se quintuplicó su valor? No en realidad, ya que solo fueron tangibles durante el tiempo en el que cada usuario tuvo control de ellas, después de ello, dejaron de existir una vez que cada una de las deudas fue pagada. Un tributo puede venir de una buena acción, un favor, o un intercambio de favores, pero elegimos el dinero como un absoluto, cuando en realidad es una mera pieza de materia cuyo valor solo está en nuestro pensamiento y acervo cultural. O, ¿Qué podrías hacer aquí en Yutopya si tuvieras dinero de tu mundo? ¿Tendría valor alguno? —Explicó Zeerhes.

—¡Wow! Nunca, nunca antes había visto al dinero de esa manera. —Declaró Sergio anonadado por la analogía escuchada.

—¿Algo más que desees aclarar? —Le interrumpió Zeerhes.

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