48: ¿Tadeo?

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De nuevo, el incesante "bzzz" del móvil de Tadeo irrumpió abrupta y groseramente en los placenteros sueños que gozaba Sergio. Esta vez la hora que marcaba la pantalla digital dibujaba un número cuatro.

—¡Son las cuatro de la mañana Tadeo! ¡No chingues! —exclamó de manera somnolienta y con un timbre de voz bostezante— ¡Deja dormir!

Pero Tadeo no le prestó atención y se dirigió de inmediato al baño. Al cuarto para las cinco, Sergio abrió de nuevo los ojos. Percibió que Tadeo estaba casi listo para salir, solo restaba que se colocase la camisa y que se anudara la corbata; entonces, de un salto, Sergio se levantó y corrió a ducharse, pues sabía que no podía dejar de acompañarlo y estar al pendiente de cada movimiento que hiciera.

Así fue, en tiempo record, Sergio se bañó y estuvo listo con prontitud; después, alrededor de las seis de la mañana, ambos descendieron hasta la recepción, esta vez no desayunaron. Tadeo sólo realizó una seña con su mano al administrador y este cogió el teléfono, digito un par de números, y en menos de un minuto culminó la llamada, después asintió mirando a Tadeo, y él asintió de vuelta.

—Vamos primo —dijo Tadeo, y se adelantó.

—Voy —contestó, y rápidamente le emparejó el paso.

Tras esperar unos dos minutos, una camioneta Tahoe de color negra, y modelo reciente, aparcó justo frente a ellos. En el momento en que Sergio vio el vehículo no pudo evitar experimentar un nudo en la garganta al recordar la camioneta en la que el sujeto misterioso —de fino traje—, subió y se retiró de su domicilio en la capital mexicana.

—Sergio... ¿Todo bien? —preguntó Tadeo a punto de abordar por el lado de pasajero— ¿Vienes o no?

—¿Eh? ¡Sí! ¡Voy! —asintió y despertó de su trance.

Sergio no se percató, pero Tadeo le llamó tres veces antes de que se diera cuenta de que le estaban hablando.

Ambos subieron y el vehículo comenzó a andar.

Sergio decidió distraerse un poco observando el paisaje exterior y deleitando su mirada con las bellas postales chilenas que se dibujaban frente a él.

—Mira Tadeo, ¡Qué escultura tan chida! —expresó al tiempo que señalaba el monumento de los Pueblos Originarios, ubicada en la plaza de armas; su primo, lo ignoró— Mmmm... ¡Qué péle! —dijo.

—Lo siento primo, ya la he visto antes, estoy algo ocupado —declaró sin perder de vista su móvil mientras texteaba a una velocidad vertiginosa.

Sergio no le dio importancia y continuó observando; Tadeo, por su parte, siguió enviando mensajes y atendiendo un par de llamadas, por demás cortas y dotadas solo de monosílabos, mientras continuaban en su recorrido.

Tras pasar algunos cuarenta minutos, llegaron a Pomaire, un pueblo típico del Chile colonial.

El lugar era por demás atractivo. Caracterizado por sus hermosas casonas de adobe, bellas artesanías y las exquisitas comidas criollas que hacían de este lugar una postal increíble donde parecía que el tiempo había sido encapsulado.

—¡Qué lindo lugar! —expresó Sergio, no obtuvo respuesta alguna.

Pero el motivo de esta visita no era el comprar artesanías, ni degustar los manjares típicos de la región, no, iban en búsqueda de un accionista por demás excéntrico y en extremo adinerado, que no gustaba de recibir visitas en oficinas corporativas, mucho menos utilizar trajes de diseñador... Es más, ¡Ni zapatos traía puestos el hombre!

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