42: Déjà vu

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La noche llegó, Sergio estaba listo para su cita. Con saco, pantalón y camisa nueva  de diseñador, se encontraba preparado para la ansiada festividad.

Revisó su atuendo una última vez ante el espejo, solo para cerciorarse de no haber dejado ninguna etiqueta sin arrancar. Después, se miró  de nuevo, se acomodó el cabello con los dedos una vez más, guiño su ojo para sí, y se sonrío galantemente.

—¡Estamos listos! —exclamó en plural, lo cuál era innecesario, pues se encontraba solo en el apartamento.

Tomó las llaves, cartera y el regalo, y sin más, salió aprisa de su domicilio. Condujo por espacio de unos veinte o treinta minutos, había tráfico. Cada minuto que demoraba en llegar a su destino más lo impacientaban. La ansiedad lo carcomía, incluso más que su estancia en Yutopya, o en su encuentro con Zeerhes.

Por fin, tras continuar manejando por espacio de algunos minutos más, arribó al lugar, un exclusivo edificio de lujosos apartamentos en una de las zonas más caras de la capital.

Tras estacionar su vehículo se aproximó a la entrada de acceso, la cuál estaba resguardada por un portero ataviado en uniforme de gala, similar a los de las películas famosas.

—¿Es residente? —lo abordó el robusto sujeto de manera formal y tajante.

—Este... No, soy invitado, vengo a una reunión, una fiesta —dijo él timidamente.

—¿Número de apartamento y piso? —solicitó el portero.

—Híjole no sé —y recordó que olvidó solicitar ese dato—, pero la persona a la que vengo a ver se llama Veronika... Veronika Keller.

—Un momento por favor — el portero se comunicó vía "interphone" al apartamento. Tras comenzar a interactuar con la señorita Keller, volvió la vista en torno a él— ¿Su nombre? —le preguntó.

—Sergio... Escalante —dijo él de manera titubeante.

El portero mencionó su nombre, y entonces, Veronika confirmó que efectivamente era su invitado. El sujeto terminó la llamada y permitió el paso a Sergio esbozando una sonrisa y abriéndole la puerta; lo acompaño hasta el elevador, presionó el número nueve, indicativo del piso al que se dirigiría, y añadió:

—Piso nueve, apartamento noventa y uno, qué se divierta señor.

El portero dio media vuelta, las puertas del elevador cerraron tras este movimiento, y Sergio comenzó el ascenso. Inspiró ampliamente y cerró los ojos.

Tres... cuatro... Fueron iluminándose en el tablero digital del elevador, el cual Sergio miraba con exhaustiva atención; cinco... Y un "balín" de saliva se aglomeraba en el interior de su garganta; siete... Los latidos se intensificaron y pequeñas gotas de sudor comenzaron a brotar de su frente; nueve... Se iluminó el último número, las puertas se abrieron, precedidas por un "ding" que indicaba que, efectivamente, habían llegado a su destino, y el "balín" de saliva fue tragado por Sergio, acto seguido, inspiró de manera profunda poniendo el primer pie fuera del ascensor.

Aquellos fueron los cincuenta o sesenta pasos más largos que había dado en su vida hasta ese momento, por fin, llegó frente a la puerta de Veronika, la música era tenue pero se alcanzaba a escuchar levemente desde el pasillo, se puso frente al acceso, dio dos toques, y antes de poder dar el tercero, la puerta se abrió, Veronika estaba del otro lado, con una sonrisa amplia dibujada en el rostro y una mirada fija en su invitado.

—¡Hola "hermoso" —dijo— me alegra que hayas venido —y sin más, lo abrazó con fuerza. Sergio hizo lo propio al sentir la suave y tersa piel del rostro de ella junto al suyo acompañado del dulce aroma frutal que desprendía su larga cabellera rizada.

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