Capítulo 5: El espectro en casa

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No se si confiar en él. ¿El agua es curativa? Tal vez así fue como él sanó en la pelea.

Una sonrisa de satisfacción cruza mi cara al recordar la pelea. Pude vencerlo - en ciertos términos -, lo apuñalé en el Corazón, donde hubiera muerto de no haber sido por... Algo extraño que lo impidió.

Noto que ya está amaneciendo, lo que proyecta mi sombra larga, igual que la del chico.
Espero a que se vaya pero no lo hace.

— ¿Qué haces aquí? — Lo miro con desprescio. — Largo.

— Estoy esperando. — Responde con tranquilidad.

— No veo a qué.

Su sonrisa engreída crece apenas esas palabras son pronunciadas por mi boca.
— Y no lo harás.

No entiendo que quiere decir, y eso hace que mi cerebro comience a deducir.

No mirar.

No hay visión.

No hay vista.

Vista.

Atrás.

Espalda.

Atacará por la espalda.

Abro los ojos y me doy vuelta en una milésima de segundo, pero ya es demasiado tarde. El golpe llega en la frente y solo atino a desmayarme, de nuevo.

≈≈≈≈≈≈≈≈ ••• ≈≈≈≈≈≈≈≈

Carajo. ¿Qué acaso tienen una obsesión con desmayar a la gente aquí?

Me duele la cabeza como el demonio. Juro que esta vez no se van a ir de rositas. Les voy a enseñar que conmigo no se juega. A menos que quieras morir, claro.

Abro los ojos lentamente - ¿Porqué siento que ya hice esto antes? - y me concentro en mi alrededor. Solo veo ramas y troncos.

Me duele la espalda, me remuevo con un quejido lastimoso. Intento incorporarme y mi cabeza choca con más troncos.

— Mierda.

Entonces me doy cuenta de que no estoy en el suelo. Estoy colgando de un árbol, en una caja hecha de troncos a forma de barrotes. No hay mucho espacio.

Reviso todo el pequeño lugar, al igual que a mí misma y me encuentro con que sigo con la mochila en los hombros.

No hay rastro de heridas en mi cuerpo. Ni una sola. Reviso desesperadamente mi hombro, pero la cicatriz sigue ahí. Suspiro aliviada.

Oigo unos pasos acercarse a donde estoy y me acuesto boca abajo, apoyada de los codos, para poderle ver.

— Veo que ...

— ¿...Ya despertaste? — lo interrumpo a completando su frase.

— Si. — responde el chico ojiverde asombrado. — ¿Cómo lo supiste?

— Es la típica frase estúpida. — me encono de hombros, restándole importancia. — ¿Te doy un consejo? Nunca vuelvas a decirla, no va contigo.

Comenzamos a hablar como amigos de toda la vida. Y no como personas que estuvieron peleando a muerte. Obviamente, todo es falso.

— ¿No? — Responde enarcando una ceja de modo divertido. — ¿Y qué va conmigo?

— No lo se... — Le respondo sinceramente. — Talvez algo más...

— ¿Cómo tu? — a completa por mi.

— ¿Cómo yo? — Ahora yo enarco una ceja confundida.

— Ruda, difícil. — Hace una pausa dramática. — Nada afeminada.

— Ja. Lo siento por no ser la chica más linda y tierna del mundo. — le respondo con el mayor sarcasmo posible.

— No te disculpes, — Ahora él responde con sarcasmo y le agrega arrogancia. — si fueras así, esto no sería tan divertido.

Una sonrisa torcida se adueña de su rostro, mientras que yo me las arreglo para contrarrestarla con una sonrisa salvaje. La tención aumenta pero ninguno de los dos está dispuesto a ceder terreno.

Por suerte no tuvimos la necesidad de otro enfrentamiento, un chico en una capucha llegó y le susurró algo al oído, no tuve la agudeza para escuchar lo que le dijo desde mi altura. Pero sin duda fue algo serio, ya que le borró la sonrisa y salió sin decir nada.

Dejo escapar un suspiro en el momento en que estoy sola. He tenido que ser el espectro por mucho tiempo, bueno no mucho. Es algo cansado.

Recuerdo mi mochila y por primera vez desde que llegué la abro. Tengo una muda de ropa (la del trabajo) mis aparatos y la libreta.

Sin pensarlo me coloco los audífonos, preparo una lista de reproducción y saco mi libreta junto a la pluma. Comienzo a escribir números.

Siempre me he relajado y despejado con los números. Sucesiones, problemas, juegos. Es como un rompecabezas, te aleja del tiempo. Pero hay algo que me obsesionan; los algoritmos y programas.

Me dedico a componer uno, repasandolo una y otra vez, empeñandome en encontrar errores dentro de mi trabajo.

Creo algo que saca anuncios publicitarios y los mete en el servidor de la víctima, deteniéndolo por el tiempo suficiente para desactivar cualquier seguro posible sin que se de cuenta.

No me doy cuenta del tiempo en que tardo en hacerlo perfecto, pero cuando termino y miro hacia arriba de la caja veo a alguien ahí.

Ya es de noche y no veo más que la sombra.

Me acomodo a manera de defensa pero antes de que pueda hacer nada el ojiverde habla.

— ¿Qué rayos es eso que hacías? — Pregunta con curiosidad como la de un niño. — Solo veo lineas, guiones, puntos, y un revoltijo de números.

— No es nada que te interese. — Respondo seca. — ¿Cómo subiste hasta ahí?

Se encoje de hombros.
— No es nada que te interese.

En un segundo ya estoy abajo, ya no cuelgo del árbol, y destraba la puerta. Hasta ahora no había pensado en escapar.

— Tienes dos segundos para salir.

Salgo de mi pensamiento y salgo de la jaula.

El chico tiene una antorcha en su mano. Pasa delante de mi y camina a una dirección desconocida para mi, lo sigo a una buena distancia y al pendiente de cada movimiento suyo.

Caminamos un buen rato hasta que el se detiene y mira a sus espaldas para comprobar sus sigo con él. Suspira y se hace a un la para dejarme pasar primero.

Con mucho cuidado lo hago y veo todo un campamento preparado, con todos los chicos que había visto la última vez. Aquí es donde viven.

No logro reprimir una sonrisa traviesa que cruza mi cara. Han traído al espectro a su casa.

Sick BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora