Capítulo 8: Derribando muros.

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Este momento quedaría guardado para siempre en mi memoria. Un chico engreído y antinatural asustado por mi, por el espectro.

Llevo mis manos a mi pretina pero no hay nada, reviso en mi espalda pero mi mochila no está. Mierda.

Trato de no verme preocupada pero él ya lo notó. Se repone y su sonrisa aparece. Mierda, si no pienso en algo voy a morir de
seguro.

Ahora las posiciones se revierten: él avanza, pero yo no retrocedo. No voy a cederle la satisfacción.
Hasta que quedamos de frente, a muy escasos centímetros uno del otro.

Se agacha un poco para quedar de frente a mi, lo que me molesta y me hace gruñir.

—Parece que ya no tienes garras, gatita.

—Diría que ya no tienes estupidez, pero eso no es cierto.

—Es más divertido de lo que crees cuando intentas ser fuerte. — Habla duro y sin piedad pero no dejo que me afecte. No es la primera vez que me hablan así. — Cuando refunfuñas y haces berrinche como toda la niña malcriada que eres.

—¿Eso crees? ¿Crees que soy una maldita niña malcriada? —Ahora yo acerco mi cara a la suya y solo faltan milímetros para que nuestras narices se toquen.

—No lo creo, lo sé. Eres de esas niñas tontas que no soportan tenerlo todo y que sus lindos "papis" le entreguen todo en bandeja de plata.

—Si fuera una niña malcriada no habría podido clavarte una lanza.

—Esa es otra parte de niña malcriada y presumida; no quieres que nadie lo sepa pero estás ansiosa de demostrar qué puedes hacer.

—Tu eres el malcriado. Eres un egocéntrico y el que no puede soportar no tenerlo todo en sus manos eres tu, no yo.

—¿Estás segura de eso? ¡Te puedo asegurar que tu lo tuviste todo en tu estupida vida!

Me quedo en silencio, tratando de no gritarle en la cara todo lo que he sufrido en mi vida. Mis dientes parecen a punto de reventar de la presión que debo de poner.

Solo me digno a hablar hasta que estoy segura de que no voy a decirle algo que me vaya a afectar.

La voz aún no se ha apaciguado por completo pero ahora es algo más calmada, aunque tiembla.

—Deberías de investigar mejor a tus víctimas antes de raptarlas.

No dice nada, solo me mira. Nuestras respiraciones son agitadas y se mezclan una con la otra.

Su mirada parece buscar algo en la mía, soy incapaz de apartarla ni por un segundo y no se porqué.

Algo hace click en mi cabeza y me doy cuenta de que estoy frente a mi enemigo, sin intentar matarlo, pero, por alguna razón, no me importa.

—¿Qué es lo que quieres de mi?—Las palabras salen antes de que pueda pensarlas. Pero tampoco me importa.

—No lo sé. —Siento que le pasa lo mismo y no lo piensa. Tampoco parece importarle.

No hay veneno en ninguna de nuestras palabras, no hay miradas asecinas, ni sonrisas retadoras.
Solo somos dos chicos traviesos y difíciles.

Pero el momento acaba, como debe ser. Se escucha un ligero toque en la puerta, acto-reflejo mi mirada se endurece y trato de poner algo de distancia sin moverme de mi lugar. El chico hace lo mismo.

—Me voy. Ni pienses en escapar.

No respondo, me quedo en mi lugar y lo miro irse por la puerta de la cabaña.

Me percato de que su voz no fue cruel, fría e insultante; solo desinteresada y distante, como si tuviera miedo de que algo extraño pasara.

Me sorprendo pensando que talvez no es tan malo, y me odio por pensarlo. Él solo quería debilitarme y bajar mi guardia. No puedo dejar que pase de nuevo.

Prefiero dejar de darle vueltas y buscar mi mochila y mi cuchillo. Los voy a necesitar para escapar, al menos saqué algo de información: ellos creen en magia y cuentos de hadas, esa es mi ventaja ahora.

Sick BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora