Shinato Tártaros era una pequeña niña cuando su aldea desapareció por completo del mapa; rescatada por el que seria su maestro, es llevada a Konohagakure no sato para continuar con su vida.
"Mientras así lo quieras, nuestro vínculo será eterno..."
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El clan de los Hanyo
La pequeña Shinato observaba con tristeza lo que una vez llegó a ser una aldea llena de paz y armonía a sus ojos, y en consecuencia comenzó a llorar de manera estruendosa, pues siendo solo una pequeña de seis años, se encontraba sola, siendo testigo cómo todo a su alrededor se convertía en cenizas gracias a las llamas que lo abrazaban todo con intensidad.
Más adelante, shinobis se enfrentaban cara a cara para poder sobrevivir en la lucha interna que se llevaba a cabo. Entre ellos Sesshomaru, padre de la pequeña, e Inuyasha, tío de la pequeña, se encontraban luchando a capa y espada por la aldea por la que sus antepasados habían dado todo. Protegerían cada cimiento, aun si ello les costase la vida.
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—Ven acá, cariño... —Shinato escuchó la voz que provenía entre el humo, la reconoció al instante, ya que esta se trataba de su madre.
—¡Mamá! —pronunció de manera desesperada y comenzó a correr en la dirección de donde provenía aquella dulce voz, pero que por el momento, llevaba el tono cansado y herido.
El humo que las llamas causaban no permitían que su vista captara todos los cuerpos que se encontraban a su alrededor, todos ellos habían caído en batalla durante aquella bélica velada. Sin embargo, así estaba bien, la pequeña no podría soportar si los viese con sus inocentes orbes.
Mientras más avanzaba, por fin pudo ver la figura de su madre rodeada de todo el caos y humo, de manera que se detuvo al instante, pues no era aquello lo que Shinato quería encontrar. Con las manos bañadas de sangre que provenían de la parte de su estómago y grandes heridas por todo el cuerpo... a paso lento. De esa manera, fue como encontró a su amada progenitora, a quien ya no le quedaba nada de aquella amable mirada que siempre le dirigía con una bella sonrisa.
Al no poder ocultar el grito de sorpresa, intentó enseguida alejarse de ella, cerró los ojos y puso sus pequeñas manos en sus oídos para cubrirlos. Quería que aquel momento fuera un simple sueño como los que siempre tenía, deseaba que fuera una pesadilla y que al levantarse llorando en medio de la noche, sus queridos padres estuvieran ahí para consolarla.
