CAPITULO 4: Bienvenida al instituto

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El domingo no pasó nada extraordinario en realidad, tanto mi padre como Martha, Natalia y yo, estuvimos en nuestros mundos, centrados en nuestros deberes. Como era de costumbre, mi padre se encerró en su estudio desde el mismo instante en que salió de su habitación en la mañana y no salió sino hasta la hora de la cena, Martha decidió ir a visitar una amiga la cual no veía hace mucho por lo que no pasó en la casa por casi todo el día. Aquel domingo no vi rastro de Natalia, al parecer había salido y luego, al llegar en la noche se había encerrado en su habitación. Todos los putos días en esa estúpida y solitaria casa eran la misma mierda, cada uno metido entre los mismos muros pero asilados en su propia desgracia. Me estresaba y estaba llegando al punto de comenzar a buscar un lugar para marcharme, de todos modos, era lo mismo quedarme o no, estaría sola de cualquier manera, a diferencia que si buscaba un espacio más pequeño, la soledad sería más fácil de manejar. Como todos, aquel día me encerré en mi habitación con música a alto volumen, un pequeño cigarrillo en una mano, el celular en la otra y un libro frente a mí; tenía que distraerme de algún modo del nudo en la garganta que no paraba de agobiarme, quería gritar y maldecir a todos por hacer como si no existiera, pero no iba a hacer eso, no podía, eso sería mostrarme débil ante las personas a mi alrededor y lo único que lograría sería que me miraran con lastima y posiblemente hicieran de esa un arma para burlarse y pisotearme; no salí de la habitación en todo el día y no es que a alguien le interesara. Me quedé dormida a eso de la media noche con una botella de vodka en mi mano.

Desperté con la brisa fría de la mañana, la noche anterior había olvidado cerrar el gran ventanal y mi cuerpo comenzaba a congelarse. Aún faltaba media hora para que la alarma sonara pero fue imposible volver a dormir, así que me levanté, me puse ropa deportiva, recogí mi cabello en un cola alta, lavé mi cara y me cepillé los dientes; una vez lista salí de mi habitación y caminé en silencio por el pasillo, no quería que nadie me viera, no estaba de humor, aun me sentía un tanto agobiada. Cuando llegué a la habitación de Natalia, la puerta se abrió de golpe, dio un paso hacia afuera pero se frenó al verme, estaba impecable con un jean desgastado, una blusa verde militar y unos tenis del mismo color, un agradable olor a fresa inundó mi nariz y no pude evitar suspirar.

-¿Qué haces? – Preguntó mirándome con curiosidad

-Nada – Respondí algo desanimada – Sólo voy a hacer ejercicio

Sin decir más y evitando su mirada, seguí mi trayecto, no quería que nadie me viera así, por lo que bajé rápidamente las escaleras y salí de la casa. Una vez que estuve fuera, una lagrima recorrió mi rostro pero la quité tan pronto como salió y corrí, corrí tan rápido como pude, quería alejarme de todo y poder gritar todo lo que sentía sin el riesgo de volverme un tira al blanco para las personas, quería deshacerme de todos aquellos estúpidos sentimientos y seguir con mi vida como lo venía haciendo, odiaba los días así, en que me era imposible fingir que todo mi mundo imperfecto, era perfecto, ya no quería más eso, estaba cansada.

(...)

Llegué a mi casa cuarenta minutos después, las gotas de sudor no paraban de rodar por mi rostro, no había parado de correr, quería agotarme lo suficiente para no pensar en mis problemas y había funcionado un poco, mi humor había mejorado y lo único que quería era llegar pronto al instituto para ver a Melannie y poder relajarme. Subí hasta mi habitación y tomé una ducha rápida, me puse un pantalón blanco, una blusa roja de manga larga que dejaba al descubierto mi abdomen y unos vans del mismo color, tomé mi mochila y bajé a desayunar.

-¡Buenos días! – Saludé a Martha que se encontraba concentrada cortando unos vegetales

-Buenos días señorita Julianne – Me sonrió y volvió a poner su atención en lo que estaba haciendo

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