CAPITULO 26: Padre e hija

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Ya había anochecido. La luz del parque iluminaba las múltiples siluetas que aún se encontraban allí y el viento frío comenzaba a soplar.

Natalia y yo nos encontrábamos sentadas bajo un árbol alejadas de todo el ruido con el enorme peluche de panda que la pelinegra me había regalado luego de haber ganado derribando aquellos conos. El silencio nos acompañaba en una reconfortante visita mientras mirábamos el hermoso paisaje que se extendía frente a nosotras. La negritud de la noche bañaba la ciudad y una parte de la luna la contrastaba.

Mi mente no dejaba de reproducir todo lo vivido aquella tarde, nunca me había divertido tanto con alguien. Habíamos subido a la mayoría de las atracciones del parque y comido de todo lo que se nos atravesaba al igual que nos habíamos reído hasta casi llorar. Natalia era una chica inteligente y bastante divertida, además que su compañía era bastante agradable y me estaba volviendo adicta a ella. Su risa era contagiosa, su sonrisa una obra de arte de la que nunca me aburriría y sus ojos... diciendo tanto y nada al mismo tiempo. Su mirada cargada de misterio era lo que más me atraía y me hacía caer a su merced. No estaba segura dónde había estado antes esa chica, pero me alegraba haberla conocido.

-¿En qué piensas? – La dulce voz de Natalia me sacó de aquel trance haciéndome mirarla

-En que aún no sé cómo hiciste para dispararle a todos los conos

-A mi padre le gustaban mucho las armas – Respondió después de varios segundos – Y me enseñó a usarlas cuando tuve la suficiente edad para dispararlas

-Pues te enseñó muy bien, sólo trata de no usarlas contra mí y mucho menos para humillarme como hoy – Dije totalmente seria con la sonrisa al filo de mis labios

-¿Así que te sentiste humillada? – Se acomodó mirándome divertida

-Sólo por unos segundos, no te creas tan importante – La sonrisa en su rostro hacia que mis ojos se desviaran involuntariamente a sus labios – Además soy mejor en otras cosas

-¿Como cuáles?

-Como éstas – Dije suavemente acercándome a ella. Mi boca había estado anhelando besar la suya toda la tarde y ahora no podía aguantar más

Su cercanía era cálida ante el frío de aquella noche. Sus ojos parecían brillar más a cada segundo y sus labios entreabiertos se notaban dispuestos a caer ante el anhelo de mi boca.

Junté lentamente nuestros labios deleitándome primero con la suavidad de éstos. Su respiración y la mía mezclándose antes de hacerse una en cuanto devoré su boca. Su lengua invadió mi cavidad sin vergüenza mientras su mano se aferraba a mi cintura y me atraía más hacia ella. Tomé su cuello y presioné aún más nuestros labios. Nuestras lenguas danzaban sincronizadamente y mi cuerpo se olvidaba del frío que había sentido segundos atrás temblando ante sus sutiles caricias.

Nuestra extraña relación estaba evolucionando a algo más, podía sentirlo en la forma en que mis manos la tocaban, en la forma en que sus labios se fundían con los míos y en cómo sus ojos se iluminaban al igual que los míos cuando nuestras miradas se conectaban, el problema es que no estaba segura de querer aceptarlo.

Me aparté lentamente y le sonreí para luego apoyar mi cabeza en su pecho y perder la mirada en la oscuridad de la noche.

(...)

Último día de la semana escolar, último día de la aburrición y principio de la diversión.

Lo que más me gustaba de los fines de semana, no eran las fiestas, ni el alcohol y mucho menos los idiotas con lo que me rodeaba –exceptuando al muy pequeño grupo con el que en realidad apreciaba estar- Lo que me gustaba era la libertad de decidir lo que quería hacer ese día sin tener que acatar las estúpidas reglas que la sociedad nos había impuesto incluso antes de nacer ¿Quién nos preguntó qué queríamos ser o hacer? ¿Quién nos dio a escoger la vida que tendríamos? ¿Quién decidió que era mejor darles a sus hijos dinero a darles amor? Lo siento, a veces me dejo llevar por mis estúpidos sentimientos hacia mi padre. El punto es que los fines de semana hacía las cosas que quería hacer y no porque mi padre me las impusiera como las tantas veces que me obligó a ir al colegio o las otras que me prohibió salir con mis amigos, también está aquella vez que me nombró la sucesora de su empresa sin preguntarme antes. Sin embargo, las cosas cambiaron cuando mi madre murió, me revelé ante las ridículas reglas que mi padre había creado para compensar su ausencia, y cuando digo revelarme, no me refiero a dejar de hacer algunas de las obligaciones de las cuales era consiente, debía acatar, al revelarme, me refiero a hacer las cosas a mi manera y porque realmente quería hacerlas.

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