Capítulo 54.

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Charlotte

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Charlotte.

Mis sueños están plagados de pesadillas y hay una presión en mi pecho. Siento que no puedo respirar ni moverme. Grito y nada sale. Estoy atrapada.

Estoy inmovilizada con fuerza y una rápida evaluación de la posición de mis extremidades confirma el motivo. Veo su rostro tranquilo y busco cualquier signo de que algo lo esté perturbando, pero no encuentro nada.

Me quedó así un rato, sobre mi costado simplemente mirándolo dormir. Sus respiraciones son uniformes y está relajado. Un calor se extiende por mi pecho mientras lo miro, me hace sentir un poco mejor.

Girando mi cabeza ligeramente, miro la ventana y veo que ya es de mañana. Me muevo lo menos posible para no despertar a Noah, salgo de la cama y me estremezco. Hace frío.

Rápidamente, camino hacia el cuarto de baño y bloqueo la puerta. Me inclino sobre la bañadera y coloco el tapón antes de abrir el agua caliente. Cuando el agua ya está llegando al tope, cierro el grifo, me quito la ropa y me meto en la bañera.

Me agacho, de modo que mi cabeza apenas está por encima del agua. Respiro profundamente y trato de relajarme, pero no parece funcionar. Todo es simplemente demasiado. ¡Estoy tan cansada de llorar! ¿Es que el dolor nunca se detendrá?

Me incorporo y entierro el rostro entre las manos cuando todo viene de golpe. El miedo, el dolor, la tristeza, todo es demasiado abrumador. Sólo lloro y lloro y lloro.

Un rato más tarde, salgo de la bañera y me envuelvo el cuerpo con la toalla. Entreabro la puerta y con pies ligeros camino hacia el vestidor. Una vez vestida con un pijama de una pieza color negro con pompones blancos colgando de la capucha vuelvo a la habitación y agarro la manta doblada a los pies de la cama.

Envolviendo la manta a mi alrededor, camino por el pasillo y bajo las escaleras, encontrándome a Matt sentado en el sofá, viendo el televisor con el volumen bajo y los subtítulos puestos mientras toma su café.

Advertido por el sonido de mis pisadas en la escalera, Matt se voltea justo en el momento en que entro en la sala de estar. Sonríe al ver mi pijama, pero cuando sus ojos van hacia mi rostro y se encuentran con mis ojos rojos, abre los brazos llamándome.

—Ven aquí.

Ni siquiera pienso en ello, velozmente corto la poca distancia que nos separaba y me quito la manta antes de sentarme en su regazo, escondiendo mi rostro en su cuello mientras él envuelve la manta a mí alrededor.

—Hola, enana.

—Hola —murmuro en respuesta.

—¿Cómo te sientes esta mañana? —pregunta, descansando su mentón en la cima de mi cabeza.

—Vacía, hueca, asustada. —Suspiro—. No tuve nada más que pesadillas toda la noche.

Sujetándome de los hombros, suavemente mí hermano me aleja de su cuello y empuja mi cabello detrás de mi oreja—. Lo siento.

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