Capítulo 58.

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Noah

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Noah.

La puerta de mi habitación se abre de golpe y una Lottie ya completamente lista para ir al instituto camina dentro en sus tacones de infarto, con una sonrisa digna de una valla publicitaria plasmada en su rostro.

—¡Levántate y brilla!

¿Qué demonios está mal con ella?

—Vamos, vamos. —Se acerca a mi cama y sujeta la manta de una de las puntas para luego arrancarla de mi cuerpo y dejar mi torso desnudo ante sus ojos. Aunque lamentablemente no tiene el efecto que esperaba.

¿Qué es lo que esperaba, se preguntarán? Déjenme explicarles esto. Esperaba que mi novia se distrajera de sus intensas ganas de ir al instituto al ver mi torso desnudo, y en su lugar nos quedemos en mi casa haciendo cosas mucho más divertidas y placenteras.

¿Pero funcionó? Claro que no.

—Apúrate, Noah. —Pone sus ojos en blanco al verme todavía allí tendido, sólo mirándola con mis ojos completamente abiertos de la conmoción.

—¿Cuál es el apuro? —Me incorporo y descanso mi espalda contra el respaldo con mis brazos cruzados, sabiendo que mi estado de tranquilidad absoluta ante su entusiasmo la volverá loca. Es sólo cuestión de tiempo.

El karma hace su aparición cuando ella me imita y cruza los brazos debajo de su pecho, elevando sus pechos y animándome a ir a dónde sea con tal de estar con ella.

—Es el primer día de clases luego de las vacaciones de invierno, no quiero llegar tarde.

¡Jesús! Hay veces en las que suena tan nerd.

Miro el reloj despertador en la mesita de noche junto a mí y abro los ojos de par en par. ¡6:27 am!

—Tenemos casi dos horas hasta que tengamos que estar en el instituto —le digo tan calmadamente como puedo, marcando todas y cada una de las palabras para que penetren su exaltado cerebro.

—Pero aún tienes que ducharte, vestirte, desayunar... —comienza a enumerar, hablando aceleradamente.

Okey. ¿Qué sucedió con ella esta mañana? La noche anterior estaba de lo más bien.

—Nena. —Detengo el movimiento frenético de sus manos tomándolas en las mías—. ¿A qué hora te despertaste?

—No lo recuerdo bien. —No deja de mirar a un lado y a otro de la habitación, a todas partes menos a mí.

Hay momentos en los que puedo vislumbrar la lucha interna que se está desarrollando detrás de esos ojos azules, pero entonces aleja su mirada de la mía y no estoy tan seguro.

—Nena —repito, esta vez más enfáticamente, haciendo que sus ojos vuelvan a los míos y que allí se queden—. Tuviste una pesadilla.

No se lo pregunto, sé la respuesta.

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