Capítulo 18

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Fue una larga noche. No pudo dormir, y eso era suficiente para que considerara la idea de acallarlos a todos. La reguladora nunca dejó de intentar ir por su amiga, algo que él hubiera admirado de no ser porque se había tenido que levantar cada vez para detenerla. En su estado actual, ella hacía tanto ruido como un sabueso encerrado en un sitio igual de estrecho, de modo que Nix no pudo cerrar un ojo en toda la noche.

Terminó por romperle sus muletas para que dejara de molestar. Gia le dirigió una mirada llena de odio mientras intentaba repararlas con cinta cuando bajó a preparar té. Lucía miserable, su rostro lleno de golpes y raspones por todas las caídas, a él no le importó. Cogió dos tazas y partió.

Anton seguía encerrado en su habitación. Podía oír el desastre que Pip estaría haciendo dentro de la suya. ¿Cómo se las arreglaba Key para mantener el orden? ¿Cómo lo había hecho todos esos años? Menos de un día, y él ya se había dicho al menos cien veces que lo más conveniente era quedarse en vez de huir como deseaba.

Dejó una taza sobre la mesa de noche, Key no despertó, y luego se sentó junto a la ventana. El vidrio seguía negro y quebrado. ¿La habría herido también? No había sido su intención. Wess necesitaba aprender a mantenerse fuera de sus asuntos. Suspiró con resignación, sabiendo que tan solo habría un motivo por el cual ella lo estaría buscando. Le había pedido que se mantuviera alejada de Kira.

—Chica tonta —murmuró sacudiendo su cabeza.

Miró a Key, todavía descansando sobre su cama. Ese era el problema con los sentimientos, las personas bajaban la guardia y se volvían manipulables. ¿Al menos habría intentado luchar? ¿Alguna de ellas lo habría hecho? Había esperado que no fuera como la vez anterior, aunque ya no sabía exactamente de quién había esperado eso.

No, Key hubiera luchado. No era tan ingenua como para caer en la misma trampa dos veces, aunque temía que su piedad terminara por costarle la victoria. Al final del día, seguía siendo igual de contraproducente, incluso si el perfume de la muerte ya no estaba en el aire. Ella no despertaba, y él la necesitaba consciente.

El vapor había empañado el vidrio. Sin mirar, dibujó los mismos símbolos que llevaba toda una vida replicando. Paz, tranquilidad, protección, silencio... Eran los primeros que la diosa le había mostrado, para evitar que el mundo lo abrumara en la oscuridad. Era extraño verlos por primera vez, saber al fin cómo lucían, luego de tanto tiempo solo conociendo el trazo.

La diosa no le había vuelto a hablar tras esa mañana, él tampoco comprendía del todo por qué lo había empujado a ir por esas cartas en blanco. Llevaba desde entonces intentando descifrar el motivo detrás, aunque sabía que era en vano. La diosa era caprichosa, y solo le hablaría cuando lo considerara conveniente.

—¿Qué quieres?

Miró a la niña de mala gana, al menos ella se había esforzado por ser silenciosa a pesar que él la había oído del momento en que había salido de su habitación. Pip estaba sentada en medio del suelo, un muñeco de príncipe junto a ella, sus piernas cruzadas y sus grandes ojos de cría fijos en él. Lucía curiosa y alegre, supuso que debía ser lindo crecer sin conocer el mal.

—Mi hermano dice que eres malo.

—¿Y?

—Key dice que debemos conocer y juzgar por nuestra cuenta, y que Anton odia a todo el mundo así que no debo escucharlo —continuó ella con el mismo fervor y levantó su muñeco—. Y le gustas a Romeo, a él no le gusta cualquiera.

—Sabes que ese muñeco tiene cabello real. ¿No? —Pip lo miró con curiosidad como si nunca lo hubiera pensado.

—Anton lo hizo para mí, para que me protegiera.

El ladrón de vidas (trilogía ladrones #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora