Capítulo 23

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Key lo mataría cuando regresara, y ella todavía no había vuelto. Nana le había dicho de ser cuidadoso con sus palabras, y él la había cagado al confesar un asesinato. Key no era como Nana, no había sido forjada en la guerra como para comprender que a veces atrocidades debían ser hechas para sobrevivir, no las perdonaría tampoco. ¿Entonces cómo había sido tan estúpido?

Desde el piso de abajo, Gia le gritó para que bajara a prepararse algo de desayunar. La ignoró, tal como la había ignorado el día anterior cuando había pedido pastas para el almuerzo y sushi para la cena. No tenía hambre. No podía permitir que Key lo entregara, no podía dejar a Pip sola. Ella no lo haría. ¿O sí? Todavía no lo había hecho con el otro, cuando era mil veces peor que él.

Alejó cualquier miedo de su expresión cuando una somnolienta Pip entró en su habitación. Era demasiado temprano para que ella estuviera despierta, pero supuso que el grito de Gia junto con el fuerte volumen del televisor la habrían levantado de algún modo. Pip solía tener un sueño imperturbable. Ella alejó los revoltosos rizos de su rostro y frotó sus ojos.

—¿Qué tienes allí? —preguntó Anton y ella levantó la mano donde llevaba su muñeco junto a un móvil—. Eso es solo para emergencias. ¿De dónde lo sacaste?

—Quiero llamar a Key, pero no sé cómo.

—Ella está ocupada.

—Es una emergencia.

—Sabes cómo es en estos casos —Anton suspiró y se estiró de donde estaba sentado en el suelo para quitarle el teléfono—. No debemos molestarla. Cuando sale en una misión, necesita estar concentrada en lo que hace. Ya volverá.

—Tengo miedo del hombre malo.

—Seguro fue otra pesadilla.

—Lo vi por la ventana. Por eso Nix siempre está mirando fuera, porque es atento.

—Sigues medio dormida, debiste imaginarlo.

—Ayúdame a llamar a Key o le diré que eres malo —refunfuñó Pip con el ceño fruncido—. Es una emergencia.

—No lo es —Anton calló al escuchar el timbre y se puso de pie—. Quédate aquí.

No podía ser posible. Empujó a Pip detrás de él solo por costumbre antes de meter una mano en su bolsillo. La navaja estaba allí, fría y dura, pero una buena compañera. Se acercó hasta la puerta de su dormitorio. Había escogido el primero del corredor, porque desde allí podía observar las escaleras y la puerta de entrada y le gustaba creer que era el camino más corto para huir.

Escuchó a Gia quejarse al ponerse de pie y la vio acercarse hasta la entrada, su pierna totalmente inmovilizada por las vendas. Ella no solía tener un buen humor ni era muy educada, y cuando abrió la puerta y Anton vio al joven de cabello blanco al otro lado, se sintió de nuevo como esa noche.

Los latidos de su corazón se ralentizaron hasta que se sintieron como un fuerte y lento martilleo dentro de su pecho. Recordó a su hermano diciendo que todos aquellos besados por la luz debían ser ejecutados, y a él rogándole que fuera más discreto con sus extremistas pensamientos si no deseaba ser juzgado. Pero había estado en lo correcto, a Anton le había tomado años entenderlo, pero el desgarrador miedo regresó al conocer el peligro.

—¿Qué quieres? —preguntó Gia de mala gana poniendo una mano sobre el revólver que siempre cargaba en su cintura al reconocer un brujo y él levantó la vista.

—Que termines con tu desagradable existencia —respondió.

Fue como verlo en cámara lenta, y a la vez sucedió en un parpadeo. Ella cogió el arma de su funda y se la llevó a la boca. Escuchó el disparo. Vio el rojo regar por completo el muro. El cuerpo cayó sin vida a un lado, su mirada vacía incluso antes del final. Anton sintió la sangre congelarse en sus venas.

El ladrón de vidas (trilogía ladrones #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora