Capítulo 8

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Estaba feliz.

Extraño. Llevaba demasiadas mañanas sin levantarse de ese modo. Pero también llevaba demasiados meses sin salir a divertirse como la noche anterior. Nana la regañaría de saber, algo sobre que permitirse placer era necesario para un buen equilibrio de vida en vez de ser tan estructurada y disciplinada en su día a día.

Sentía el vacío en el estómago que solo podía significar que había bebido de más, y la confusión en su mente que era rastro de una resaca evitada. Giró su cabeza para ver a Nix sentado en el suelo, completamente dormido, su rostro apoyado contra el borde de su cama. Rió sin poder contenerse.

Se sentó y cogió un almohadón para despertarlo de un suave golpe. Jamás, en toda su vida, había imaginado que terminaría metida en algo así. Él se quejó y frotó su cabeza mientras murmuraba algo en una lengua que desconocía. La botella de agua que ella guardaba para esas ocasiones estaba vacía en el suelo, y recordaba haberla bebido a medias con Nix antes de quedarse dormidos para evitar una peor mañana.

—¿Por qué no fuiste a tu habitación? —preguntó Key.

—Me quedé dormido. Me estabas contando una historia sobre un dragón y me quedé dormido —Nix se frotó sus ojos con fuerza antes de soltar un quejido.

—¡Más despacio!

—Lo sé. Todavía no me acostumbro.

—¿Cómo? —él se detuvo y bajó sus manos con lentitud.

—Todo aquí se siente... distinto. Más intenso —dijo con cuidado.

—¿Es por tu falta de magia?

Nix no respondió. Key se preguntó si habría hecho una pregunta indebida. Era extraño. Nunca antes había escuchado de un brujo que perdiera sus poderes al cruzar. Ese misterio solo le causaba más preguntas. ¿Y si no era un caos aislado? ¿Y si brujos en su situación habían pasado por detrás de la Agencia y mezclado con humanos años atrás? Después de todo, lo único que los diferenciaba, era su capacidad de usar magia. En su mente conspiranoica, ya estaba pensando en miles de humanos descendientes de brujos que habían perdido sus poderes sin saberlo.

Necesitaba encontrarse un pasatiempos.

—Muero de hambre —ella se puso de pie y se estiró cuanto pudo—. ¿Tú no?

—Hablan muy a la ligera aquí.

—Seguramente —Key le sonrió al ofrecerle una mano—. Vamos, busquemos algo para desayunar y luego más descanso.

Él miró su mano por un instante que le pareció eterno, pero terminó por cogerla y aceptar su ayuda para levantarse. Tal vez, después de todo, estaba comenzando a acostumbrarse a la calidez de su piel y su tacto. Sabía que esa ley existía para protegerlos, también sabía que Nix era inofensivo en términos mágicos. Le gustaría creer que él no le haría daño, pero su juicio ya se había equivocado una vez.

¿Cómo recuperarse de eso? ¿Cómo saber si podía volver a confiar en su capacidad de juzgar a otros? No le temía a los demás, temía estar equivocándose ella misma. Cogió su estilete de la mesa de noche por simple costumbre, en su mente un agente nunca debía ir desarmado, ni siquiera en su propia casa. Aunque Key confiaba ciegamente en los mamori que Nana había puesto en todas partes para protección.

No le sorprendió encontrar a Anton en la cocina terminando de preparar wafles. Tampoco pudo contener su mueca de culpabilidad al ver la hora y saber que no les había preparado el desayuno. El chico podía pasar días sin comer si dependía de él, pero jamás permitiría tal cosa para Pip.

Ni siquiera tuvo tiempo de disculparse, odiaba no cumplir con los compromisos y el calendario de tareas de la cocina indicaba que hoy le tocaba ocuparse del desayuno. Anton soltó lo que estaba haciendo y cogió a Nix por su camiseta antes de estamparlo contra el muro más cercano.

El ladrón de vidas (trilogía ladrones #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora