Capítulo 29

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Los puntos picaban.

Odiaba la medicina tradicional, Seito la había malacostumbrado a sus lociones milagrosas, pero Seito ya no estaba y Key sabía que su herida había sido lo suficientemente grave para necesitar una intervención quirúrgica. Los médicos le habían dicho que debería estar agradecida por no sufrir más que una buena pérdida de sangre, ningún órgano había resultado dañado ni ninguna secuela quedaría. Ella solo podía pensar en sacarse sus vendas para ver qué le habían hecho.

Suspiró al mirar la ventana desde su cama en la enfermería. La Agencia había escogido darle su propia habitación en vez de ponerla en la sala común con otros agentes que hubieran necesitado atención médica para que pudiera recuperarse en paz sin tener que enfrentar los hostigamientos que ese caso implicaba. Ella había atrapado a Derek Bower. No estaba de humor para enfrentar las acusaciones cruzadas que aquello tendría, para escuchar los gritos entre quienes la defendían como agente y quienes reclamaban que su lugar debería ser de otro.

La luz no era tan intensa fuera. Imaginó que sería un día nublado, noviembre ya estaba lo suficientemente avanzado y helado como para esperar alguna nevada. Era extraño, pensar que todo había comenzado con los últimos días de verano. Se sentía casi poético entonces que terminara a la primera nevada. Y deseaba tanto estar fuera, poder disfrutar de un día sin preocuparse por nada.

Estaba estancada en la enfermería, atada a una intravenosa con suero. ¿Cuántos días llevaba allí? ¿Dos? ¿Tres? Administrativos se habían acercado a tomar su declaración. Ella había preparado meticulosamente una coartada del momento en que se había despertado, pero ninguna pregunta problemática había sido hecha. Ni dónde había encontrado a Derek, ni por qué su casa incluía dos habitaciones de niños, ni siquiera qué había estado haciendo todo ese tiempo mientras había estado de licencia.

Key no había comprendido para nada qué había estado sucediendo, pero se había sentido aliviada al no tener que responder. Cuando un directivo había aparecido para felicitarla por un trabajo bien cumplido y dejado su insignia en la mesita junto a la cama, ella apenas había sido capaz de parpadear.

Ahora la piedra estaba en sus manos, y ella no podía dejar de darle vueltas. No era tan eficiente como todos creían, no con magia fuera de los cuatro elementos. No con magia antigua. Sus propias heridas eran muestra de que nada resultaba infalible. Tocó su aro, sintiendo el escozor de la piel.

Los médicos habían dicho que el fuego habría calentado el metal lo suficiente para quemarla, habían intentado quitárselo. Key había respondido que prefería ir por el riesgo de infección a perderlo. Su padre le había dicho que jamás lo removiera, y ella nunca lo había hecho desde que él había perforado su propia oreja al ponérselo. Había visto pelear a Wess, esa herida debería haber sido mortal y aun así el hielo apenas había rasgado su piel.

Superstición o suerte, no se arriesgaría a dudar de ella.

Se sentía frustrada, la impotencia sacando lo peor de ella. Quería saber lo que estaba sucediendo fuera de su habitación, y a la vez no podía salir ni sentía deseos de enfrentarse a otro juicio por su desempeño. Quizás solo estaban siendo amables con ella hasta que se recuperara, y luego vendría lo peor. Conocía el tipo de interrogatorio que le esperaba, y también lo que tendría que hacer para evitar mayores problemas.

—Adelante —respondió cuando alguien llamó a la puerta.

Había esperado más interrogadores, directivos, incluso a Nana, cualquiera menos a la persona que entró. Se quedó completamente sin palabras cuando Nix se acercó y le ofreció una taza de té. Eso no era posible. Miró la puerta cerrada, y luego al brujo sentado junto a su cama bebiendo de su propia taza. Aspiró el dulce aroma del té de rosas, sintiendo como incluso su cuerpo se calentaba antes del primer sorbo.

El ladrón de vidas (trilogía ladrones #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora