Capítulo 1

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—Pensamientos positivos, pensamientos positivos, pensamientos positivos.

Key se miró al espejo, y se repitió aquello al menos una docena de veces como si de ese modo pudiera convencerse. Sus pensamientos estaban muy lejos de ser positivos. La frustración se había acumulado con los meses, lo cual la había llevado a tener malhumor por las mañanas, y más que pensamientos positivos, lo que ella sentía últimamente eran deseos de matar a alguien.

A sus diecinueve años de vida, estaba convencida que no existía peor mal que la pasividad. Su cuerpo no estaba programado para no tener nada que hacer, y la casa donde vivía estaba comenzando a parecerse más a una prisión. Licencia era la palabra adulta para castigo, no había duda al respecto. En vez de padres mandándola a su habitación, eran jefes mandándola a su casa.

Comprobó que sus zapatillas estuvieran bien atadas con un doble nudo, gritó un par de órdenes para asegurarse que la residencia siguiera de pie cuando regresara y se despidió de sus padres una última vez tocando la fotografía cerca de la entrada. En silencio les pidió que le desearan suerte, aun cuando no creía que funcionara de ese modo.

El sol la acribilló sin piedad una vez que estuvo fuera. El verano se estaba extendiendo en Maryland más de la cuenta, el calor no cedía con sus altas temperaturas. Su cuerpo protestó, pero ella de todos modos se puso su cazadora y echó su capucha encima. Sus piernas podían estar felices, al menos tenía un short.

Se puso sus auriculares, subió el volumen de la música, y comenzó a correr. Una parte de ella temía que, si no entrenaba a diario, perdería su habilidad. Se había esforzado tanto todos esos años para poder estar a la altura de lo que se esperaba que fuera, que se negaba a dejarse vencer por un simple incidente.

Extrañaba su insignia, extrañaba patrullar, y extrañaba la acción. Había tantas cosas que extrañaba, y quizás nunca pudiera recuperar. Sin importar lo que la Agencia dijera, sentía que había cometido un error de novato cuando llevaba toda su vida estudiando para no cometerlos.

Sintió una punzada en el pecho al correr junto a los dormitorios de la zona universitaria. Culpó al calor, a su cuerpo, a la falta de práctica aunque había cumplido sus kilómetros diarios de un modo casi religioso. Las puertas estaban llenas con los nombres de las distintas fraternidades, las ventanas y jardines delanteros aun tenían rastros de las fiestas de la noche anterior. En otra vida, quizás hubiera vivido en uno de ellos.

De niña solía amar ese juego, imaginar otras vidas y mil posibilidades distintas a la actual. Podría pensar en haber ido a correr al National Mall junto a su madre, ella había sido la deportista de la familia, totalmente incapaz de estar más de diez minutos sin moverse. Seguro la hubiera bañado en protectores solares y repetido mil advertencias antes de dejarla salir, pero hubiera sido una cálida sobreprotección a pesar de molesta. Su padre las hubiera esperado bajo la sombra de los árboles con refrescos para ambas.

En otra vida quizás ni siquiera estarían en Washington, sino que se hubieran quedado en Chicago, o mudado a Seattle. Su madre siempre había insistido en mudarse a Seattle por su clima, aunque su padre siempre había preferido la opción de Londres. Key había pasado unas primeras semanas horribles en Washington intentando acostumbrarse a tanta luz, pero Nana había sido dura al decirle que una Feza no huía de las adversidades y que debía madurar y aprender a hacerles frente.

Lo había dicho con otras palabras, ninguna que Key pudiera comprender con exactitud en su terrible pronunciación, pero había sonado como algo similar a eso aunque no con el vocabulario para una niña. A pesar de todos sus ruegos por considerar mudarse, Nana no había cedido. La Agencia tampoco hacía que mudarse fuera fácil entre todo el papeleo y firmas necesarias, si siquiera lo autorizaban.

El ladrón de vidas (trilogía ladrones #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora