Prólogo

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El hombre se apareció en cuanto sintió la llamada. Se apresuró a entrar en aquella casa que tan bien conocía y subió las escaleras tan rápido como pudo, consciente de que ella no habría pedido verle si no fuese porque algo grave estaba sucediendo. Por primera vez en su vida, estaba asustado, pues la vida de aquella mujer y de su futuro hijo podía estar en peligro.

La encontró en su habitación, en su cama, con un bebé en brazos y aspecto débil. El hombre se acercó a ella rápidamente, tratando de descubrir qué era lo que le sucedía para poder ayudarla. No podía dejarla morir, no a ella, la única mujer a la que amaba, la que le daba razones para vivir.

—Elizabeth —susurró, sentándose a su lado y acariciando suavemente su rostro.

La mujer abrió los ojos y esbozó una frágil sonrisa, tratando de parecer fuerte, como si nada estuviese sucediendo. Sin embargo, no podía engañar al mago más poderoso del momento, al mismísimo Lord Voldemort.

—Tom... —respondió ella con esfuerzo—. No hay nada que... puedas hacer.

El hombre negó con la cabeza, negándose a darse por vencido. Debía de haber una solución, debía de poder ayudar a su mujer... no podía perder la esperanza.

—No, debe de haber algo... ¿Por qué no me avisaste, Eli?

Elizabeth Black negó con la cabeza con tristeza. Le miró de aquella manera inocente, de aquella manera que le hacía perdonarle cualquier cosa. Imaginar que nunca más volvería a ver aquella mirada, aquellos ojos azules, era una tortura mayor que cualquier maldición.

—Creí que podía... hacerlo sola.

—Debería haberte obligado a crear al menos un horrocrux. Si lo hubiese hecho no estaríamos ahora en esta situación...

Se arrepentía de no haber permanecido junto a ella aquel día, pero no sabía que sería cuando daría a luz. Le había pedido una y otra vez que le llamase antes del parto, pues quería estar presente, pero ella no lo había hecho. Siempre había sido demasiado testaruda... Estaba demasiado débil, y había empleado demasiada magia para que su bebé pudiese nacer, por lo que le quedaba poco tiempo de vida. Se había sacrificado para salvar a su bebé.

—No hay solución, Tom... Prométeme que cuidarás... a nuestros hijos.

—Les obligaré a hacer un horrocrux cada uno al menos —aseguró el mago, aun sin poder creer que estuviese viviendo realmente aquella pesadilla.

Observó el rostro de la que era la mujer de su vida, la única, para poder mantenerlo para siempre en sus recuerdos. Sabía que no podría reemplazarla. Había sido casi un milagro que hubiese podido amar a Elizabeth Black, porque le resultaba extremadamente difícil amar, pero lo había logrado con ella. Y en aquel momento, sus hijos eran lo único que le quedarían de aquella mujer.

—Tengo que pedirte un favor —susurró Elizabeth, con la preocupación brillando en sus ojos verdes.

—Haré lo que me pidas —dijo el mago sin titubear.

La vista de la mujer se dirigió de inmediato a su bebé, quien tenía los ojos abiertos, como si fuese capaz de comprender todo lo que sucedía a su alrededor. No lloraba, lo cual era extraño para tratarse de un recién nacido.

—Su apellido será Black... vivirá una vida normal... nadie sabrá que eres su padre.

El hombre quiso protestar. No comprendía por qué el mundo mágico no debería saber que él era el padre de aquel bebé pero, antes de poder preguntarlo, un recuerdo le vino a la mente.

"—Será mi heredero —comentó mirando al niño recién nacido que descansaba en su cuna—. Necesito que lo sea...

Abrazaba a su mujer por la cintura mientras ambos observaban, hipnotizados, cómo su primogénito dormía tranquilamente. Aquel niño que había sido fruto de su amor y era parte de ambos. Los dos estaban seguros de que le protegerían mientras pudiesen, pues le habían querido incluso desde antes de nacer.

Los herederos de Voldemort  ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora