Capítulo 52

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Los hermanos Carrow dijeron que emplearían la maldición cruciatus para castigar a los alumnos, algo que Alice ya esperaba. No le gustaba aquella maldición, pero si su padre llegaba a saber que había impedido un castigo, la haría regresar a casa. Estaba allí para impedir muertes o resultados similares; a Voldemort no le importaba que los alumnos sufriesen.

La primera víctima fue Ginny Weasley, quien entró en el despacho de Alecto con paso decidido, tratando de demostrar la valentía propia de su casa. Valentía por la cual sería castigada aquella tarde.

—Emplear las Maldiciones Imperdonables contra personas es ilegal —comenzó a decir la bruja.

—Ah, ¿sí? —preguntó la profesora, riendo—. ¿Me denunciarás ante el Ministerio de Magia? ¿Dirás que he torturado a una traidora a la sangre? Puede que me envíen a Azkaban...

La prisión mágica estaba controlada por Voldemort.

Ginny Weasley apretó los labios con fuerza furiosa y frustrada por el hecho de que aquellos mortífagos hiciesen lo que deseaban sin ser castigados por ello.

Alice se limitaba a observar la situación sin intervenir. No podía impedir las torturas, solamente impedir que fuesen excesivas. Su padre opinaba que los castigos eran necesarios, y nada de lo que Alice dijese lo haría cambiar de opinión.

—No pueden hacer esto... —comenzó a decir la pelirroja.

—¡Crucio!

Toda la valentía de la Gryffindor desapareció al instante, cuando comenzó a gritar por el dolor. El despacho estaba insonorizado, de modo que nadie, más que Alecto y Alice, podían escucharla. La alumna se retorcía en el suelo, llorando y gritando, hasta que Alice consideró que había sido castigo suficiente, y así se lo hizo saber a Alecto.

—Lo dejaré por ser su primera vez —comentó la mortífaga—. Pero la próxima vez, el castigo será mayor.

Alice asintió.

Una vez que Ginny logró levantarse, salió del despacho, aún dolorida por el castigo. Alice supervisó varios castigos más antes de regresar a su cuarto, dándole vueltas a lo que había presenciado. Lo cual habría sido peor si ella no hubiese sido supervisora, pues los mortífagos parecían no tener autocontrol.

Los alumnos, aquellos a los que ella había visto en el castillo durante años, se encontraban en peligro. Recordarlos sufriendo por las maldiciones de los Carrow la llenaba de rabia, especialmente cuando se trataban de alumnos menores. No le gustaba aquella situación.

Los Carrow habían ordenado al resto de los profesores que les enviasen a los alumnos castigados, de modo que no solamente torturarían a los alumnos que castigasen durante sus clases. Por suerte, los profesores procuraban no castigar a sus alumnos, pues todos sabían lo que los Carrow hacían y no querían que sus estudiantes fuesen torturados.

Alice entró en su cuarto y encontró a Theodore allí, sentado sobre la cama como si la estuviese esperando.

—¿Cómo has entrado? —preguntó ella, sorprendida.

—Creo que la habitación me ha reconocido... me ha dejado pasar al tocar la puerta.

La bruja asintió. Aquello era bueno, pues de aquella manera su novio podría entrar sin necesitar estar acompañado por ella. Se fijó entonces en que él llevaba un sobre cerrado en la mano.

—Es para ti —le dijo él entregándole la carta—. He encontrado una lechuza al llegar.

Alice tomó el sobre con curiosidad y lo abrió, permitiendo que Theodore leyese también el contenido de la carta, que resultó ser de Fred Weasley.

Los herederos de Voldemort  ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora