House of Hades: "Misunderstood"

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House of Hades: "Misunderstood"

—La Casa Nera —dijo Leo, en un intento de dejar atrás su acento americano y utilizar sus raíces latinas.

Todos nos encontrábamos contra la barandilla del barco, observando la ciudad italiana bajo nuestros pies.

Venecia se veía tal y como te la imaginas: turistas paseando en pequeñas canoas, puentes por todos lados, y puestos de artesanías abarrotados en las calles de concreto. Sin embargo, unas criaturas de lo más extrañas se encontraban entre la multitud.

—La Casa Negra —escuché que Nico dijo.

Me volteé a verlo rápidamente, al igual que todos.

Yo sabía que el chico había nacido en Italia. Estaba segura de que había pasado al menos cinco o seis años aquí, y que su madre y su hermana solían hablarle en italiano muy seguido. Pero supuse que luego de más de setenta años, Nico se habría olvidado de todo.

—¿Hablas italiano? —preguntó Frank.

Nico se limitó a observarlo y cambiar de tema.

—Frank tiene razón. Tenemos que encontrar esa dirección. La única forma de conseguirlo es andar por la ciudad. Venecia es un laberinto. Tendremos que arriesgarnos a exponernos a las multitudes y a esos... Lo que sean —contestó.

Los chicos se pusieron a discutir sobre quién haría qué, pero mi atención siguió centrada en Nico. Él se puso un poco incómodo al notar mi mirada observadora, y trató de ignorarme más de lo usual.

Se le oía genial hablando en italiano, y no me molestaba para nada el hecho de que lo hiciera. El problema estaba en que no me lo había revelado antes, y me hubiera encantado oírle hablar italiano por horas.

Me giré para enfrentar a todos, con Nico a mi derecha todavía mirando hacia abajo. Me recosté de espaldas en la barandilla, y me acerqué un poco más a él.

—Te va a costar unas cuantas horas de charla en italiano el no haberme contado antes, casanova.

Di Angelo me miró burlón, alzando una ceja.

—¿Sabías que esa palabra no es técnicamente italiana? Simplemente era el apellido de un italiano que frecuentaba muchas chicas —Me informó.

Rodé los ojos, y me giré hacia Frank.

—Yo iré —dijo el grandullón.

Nadie se interpuso en su decisión.

Leo le pasó el libro que debían devolver para obtener pistas sobre cómo seguir.

—Si pasas por una ferretería, ¿puedes traerme unas tablas y cinco litros de brea?

Hazel lo regañó, explicando que no iban de compras.

Nico intervino en la conversación.

—Yo iré con Frank —Se ofreció.

Me volteé hacia él, y lo miré con el ceño fruncido. El chico todavía no estaba en condiciones de salir por ahí a matar monstruos.

Nico me observó con una expresión indiferente, pero mantuvo la conexión visual el tiempo suficiente como para asegurarme que iba a hacerlo sin importar lo que yo opinara. Luego, cortó nuestra guerra silenciosa para responder la pregunta de Frank sobre sus dotes con los animales.

—En realidad, la mayoría de los animales me odian. Perciben la muerte. Pero esta ciudad tiene algo... —Hizo una pausa—. Mucha muerte. Espíritus inquietos. Si voy, puede que consiga mantenerlos a raya. Además, como ya te habrás fijado, hablo italiano.

Leo murmuró algo sobre desearnos buena suerte, y se alejó hacia la sala de máquinas.

—Yo también iré —Escuché que dijo Hazel, tomando a Frank por el brazo—. El tres es el mejor número para las misiones de semidioses, ¿no?

Al parecer, ya era tarde cuando procesé lo que estaban diciendo.

—Esperen —dije—. Creo que no estoy entendiendo. Sea el tres un buen número o no, yo también voy.

La hermana de Nico me miró con el ceño fruncido, pero era demasiado amable como para decir algo. Sin embargo, Di Angelo habló por ella.

—No puedes, Sam. Te necesitan aquí.

Me crucé de brazos.

—No pienso quedarme aquí sentada, esperando un ataque que no va a llegar, mientras tú te arriesgas a morir —discutí—. Me prometí a mí misma que no te dejaría solo nunca más, y no pienso romper mi promesa.

Nico rodó los ojos y suspiró. Tomó mi muñeca y me acercó más a él. El movimiento fue quizá demasiado brusco, y sentí un leve dolor en la mano, pero no me quejé.

—Ve con tu novio y déjame a mí tranquilo —pronunció en mi oído—. No necesito que cuides de mí.

Lo empujé unos centímetros, pero seguíamos estando cerca, así que no alcé la voz.

—No vuelvas a tocarme así —susurré—. Hago lo que se me da la gana.

Sin embargo, en contra de lo que en realidad quería hacer, me di la vuelta y me interné en las escaleras hacia la sala de máquinas.

how we met;; di angelo [ES]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora