Capítulo 1: Héroe de calzoncillos rojos.

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¿Alguna vez han sentido que toda su vida ha sido, de cierta forma, planeada? Pues yo sí.

Desde niño he sacado buenas notas, básicamente, era el que llevaba las carpetas de la maestra desde el aula hasta la sala de maestros, era el que llevaba su bolso y su taza de té ¿cómo los llaman? ¿Lame botas? Pues era, justamente, eso.

Era el que en la adolescencia prefería pasar la noche viendo una película, y no en una buena fiesta y borracho. Era el que pasaba sus tardes bajo el árbol gigante del jardín y con un buen libro entre las manos, y no en algún antro jugando videojuegos. Era el hijo del que cualquier padre estaría orgulloso, era DongHae; el buen niño.

Y como dije, mi vida estaba planeada. He crecido entre familias de abogados, mi abuelo era uno, mi padre y mis tíos lo fueron también, incluso mi madre era abogada, mi hermano estudia para serlo ¿y yo? bueno, desde niño había querido serlo, o eso me dijeron. Recuerdo cuando en la escuela la maestra preguntaba “Niños, ¿Qué quieren hacer cuando crezcan?” –Abogado, maestra.– contestaba y siendo el primero en levantar la mano.
Nací para ser abogado, lo tenía en la sangre, lo llevaba en los genes; bueno, todo esto según mis padres, y yo lo creí hasta hace un año atrás, en el que descubrí, de una forma u otra, que lo mío era otra cosa; lo mío era escribir.

¿Cómo lo supe? No lo sé, quizás debí saberlo cuando me veía tarde tras tarde bajo aquel árbol del jardín, devorando libro tras libro. Soñando con hermosos romances, con jardines ingleses, con épocas diferentes a las mías, con princesas, hadas y duendes. Quizás debí saberlo cuando cerraba mis ojos y veía tras mis párpados un sinfín de historias, algunas románticas, otras trágicas, divertidas, dramáticas. O incluso, casi de forma exagerada, pero real, debí saberlo cuando relataba mis sueños. Literalmente los narraba, tanto así que despertaba incluso más cansado que al dormir. El punto era que la escritura era mi pasión, la literatura era mi arte y los libros mi arma para batallar en la vida.

¡Al diablo el derecho! ¡Al diablo los genes! ¡Al diablo absolutamente todas las leyes!.

¿Y el resultado de todo aquello? Pues bien, aquí me encuentro, bañado en sudor luego de haber viajado tres horas en tren desde Mokpo hasta Seúl, vistiendo unos jeans que se me ven fantásticos pero ¡Carajo! Me sudan las piernas. Vistiendo también la espantosa camisa a cuadrille celeste que no me he puesto durante todo el invierno, pero a finales de verano se me ha ocurrido ponérmela, y ahora luce mojada bajo mis axilas y totalmente arrugada. Sosteniendo mi maleta con ruedas, gracias a Dios, y la mochila haciéndome más peso y calor en la espalda. Frente al edificio ni muy humilde ni muy lujoso, así como tampoco no es tan bajo ni tan alto, que desde ahora llamaré hogar. Comenzando una carrera nueva en la Universidad luego de haber echado por la borda mis dos años en la facultad de derechos, y sabiendo que he gastado dos años de mi vida con el rostro tapado en libros y, en ocasiones, incluso sin dormir. Pero por sobre todo aquello, feliz. Me encuentro feliz.

Respiro profundo, hinchando mis pulmones del, seguro contaminado, aire de la espléndida ciudad de Seúl. Luego dando el primer paso, hacia el edificio de unos ¿cinco pisos? Tal vez seis. Atravesando el vestíbulo, dejando que mis ojos recorran absolutamente todo, como si no tuviese otra oportunidad para verlo. Y aunque sé que la tendré, jamás será lo mismo, pues hoy es mi primer día en la ciudad, en el edificio, en esta vida que he elegido luego de tantas idas y vueltas, y por sobre todo, luego de tantas peleas con mis padres.

–Disculpe –hablo mientras me paro frente al mostrador donde el portero lee el periódico matutino. Aún es de mañana, han de ser las nueve o diez a lo sumo. –Disculpe –hablo esta vez con más fuerza. El hombre de unos cuarenta años y vestido de gris, con ropa de trabajo, me mira.

–¿Si? –responde con un humor bastante característico de las mañanas. Pero al diablo, ni esto ni nada puede arruinarme el día.

Sonrío dejando la maleta con ruedas a mi lado y apoyando mis dos codos en el mostrador, aunque luego recuerdo los redondeles de sudor bajo mi axila y vuelvo a bajar mis brazos.
–Mi nombre es Lee DongHae, he llamado hace una semana para rentar un departamento.

Café con sabor a Miel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora