Capítulo 16: Café y Miel.

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Me desperezo un jueves, tumbado en mi cama, vestido con un buzo demasiado grande y unos pantalones de algodón bastante desgastados

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Me desperezo un jueves, tumbado en mi cama, vestido con un buzo demasiado grande y unos pantalones de algodón bastante desgastados. Los ojos me arden de tanto leer, y la cabeza me duele un poco. Muy dentro de mí, sé que el dolor de cabeza puede deberse al hecho de no haber comido nada durante todo el día, tampoco ayer. Bueno, ayer bebí café, sin embargo hoy solo he bebido agua. He tenido el estómago tan ceñido todos estos días que, desde el domingo, no he podido comer adecuadamente. Mi apetito se ha ido junto a la pequeña voz de mi consciencia. Y pese a lo fastidiosa que podía ser a veces, creo que la extraño. Me he sentido tan solo estos días que ni siquiera el buen Frank Sinatra se ha atrevido a asomar su cabeza por mi cuarto. Todo ha sido silencio, en mi departamento y en el de al lado. HyukJae ha estado tan ausente como el domingo y gran parte del lunes. Creo el martes lo oí llegar muy tarde, pero el resto de los días no he oído ni siquiera un ruido, llegué incluso a preguntarme si había escapado a las cabañas otra vez o a algún otro sitio quizás tan importante para él como lo era ese lugar. Un lugar que construyó literalmente con alguien más, con alguien con quien él mismo ha confesado que había planeado una vida juntos. De pronto me siento un intruso en mis propios pensamientos al darme cuenta que yo he profanado, de cierta forma, aquel lugar con mi descarada actitud ese sábado por la noche.

Suspiro, obligándome una vez más y como todos los días, a dejar de pensar en él. Por eso mismo, también, he descartado la pequeña y tonta novela que he estado escribiendo. Aquella historia sin sentido en la que el castaño torpe e idiota fantaseaba con su vecino rubio y escandalosamente amable, inteligente, interesante, sexy y que una noche luego de beber mucho vino lo rechaza, luego pasa la noche con su ex en la misma cabaña en donde el castaño, quizás, fantaseó con pasar una mágica noche, y al día siguiente acuerdan volver a ser amigos. Pero ninguno de los dos ha vuelto a hablarse.

El aire de mis pulmones se escapa de mis labios en una especie de bufido demasiado exagerado. Ruedo en la cama y el estómago me gruñe. Creo que es la primera vez en días que pienso, seriamente, en comer.  

El cajón, ligeramente atascado por la ropa desordenada y hecha un bollo, se abre y comienzo a rebuscar algo de ropa que ponerme, por lo menos un jean. Miro con demasiado intereses aquellos ajustados, mis preferidos y los que le gustaban a HyukJae. Trago fuerte y me decido por unos jeans aburridos.

Mierda. Me quejo cuando en la calle, un jueves a las ocho de la noche, el viento está fresco. Me cuesta creer que en algún momento, y no muy lejano, moría de calor en esta ciudad. Camino abrazándome el cuerpo y arrugando el sweater enorme, por las calles de Seúl y viendo aquellas luces urbanas con las que soñaba mirando un cielo estrellado en mi querido y lejano pueblo de Mokpo. Ahora mismo extraño muchísimo aquel pequeño pueblo del cual en algún momento deseé escapar. Es gracioso y patético que ahora mismo quiera escapar de aquí.
Me alivia, de cierta forma, que mamá me haya invitado a Mokpo para pasar mi cumpleaños. Aunque no es que necesite, realmente, una invitación para volver a casa. Solo me apena que aún falten unas dos semanas para eso.

Café con sabor a Miel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora