Capítulo 19: Un último adiós

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Respiré hondamente, me recargué en la pared y esperé unos cuantos segundos a que se acercara.

—...gracias por venir —terminó la oración.

—Lo lamento mucho.

Estaba vestida con un ligero chaleco y un pantalón negros, no de vestir, pero tampoco era un jean, no podría describirlo, y con unos rayos en su cabello, noté que había cambiado mucho desde la última vez que la vi hace un par de años.

No sabía nada de ella, y tampoco era mi prioridad. La miré fijo tratando de descifrar su mirada, pero no pude. Ella miró un poco alrededor y se extrañó un poco. No sabía porque lo había hecho por lo que me confundí bastante.

—¿En dónde están Diana y el bebé? —preguntó extrañada.

En ese momento me quebré, me rompí y cada pedazo y célula de mi cuerpo se destrozó. Creí que ese dolor se había sepultado desde la última vez que hablé de ella, pero no. Mi corazón y mis sentimientos me habían engañado, se sentía como si la herida se hubiera abierto de nuevo y ahora estuviera más que fresca. Me invadió un sentimiento de tortura, cada hueso de mi cuerpo se sintió despedazado.

—Ellos... —ahogué una lagrima— murieron hace dos años.

Ella no dijo ni una palabra, parecía en shock, abrió ligeramente la boca intentando hacer algún sonido, pero no salió nada. Quería irme de ese lugar o que me tragara la tierra, quería desaparecer.

Me levanté del muro y caminé hacía la entrada dejándola atrás. Salí de la capilla y doblé en una de sus esquinas, me recargué en el costado y me senté en el suelo pastoso. Los recuerdos me invadieron y la tortura era intensa.

---- Hace dos años ----

El salón era oscuro, no por la luz que entraba que era bastante, sino por cómo me sentía ahí. Los ventanales que estaban casi llegando al techo dejaban tener suficiente luz para poder ver bien, pero hubiera deseado con toda mi alma no poder ver esa imagen tan desgarradora.

Con la puerta cerrada y en soledad, veía el horror de tener dos ataúdes frente a mí. Mi mirada me pesaba tanto que era incapaz de subirla, pero solo quería despedirme y darles la paz que tanto debían de tener. Esos dos ataúdes, uno grande y otro pequeño, dolían tanto dentro de mí que no sabía cómo mi corazón lo estaba soportando. La imagen de Diana sonriente y la del ultrasonido a un lado, ambas arriba de los féretros, lastimaba demasiado.

¿Por qué ustedes?

Me dolía tanto que sentía como si me faltara vida, lloraba y con la cabeza abajo, mis lágrimas llegaban al suelo con más volumen y rapidez.

Levanté mi rostro y al ver esa escena tan dolorosa me empezó a invadir rabia por la impotencia que sentía por no poder salvarlos. Las cosas que estaban alrededor de mí las tiré con ira al suelo. Agarré una silla de madera y la rompí contra la pared, inmediatamente empecé a golpear el muro en un llanto desesperado, la rabia se había convertido en tristeza, poco a poco caí al suelo arrodillado recargándome en la pared. Lloraba tan intenso que empezaba a mojar demasiado mi ropa.

Me levanté y caminé tan lentamente a ellos que no quería llegar, pero cuando lo hice, toqué la esquina del ataúd de Diana y miré fijamente su foto.

Teníamos tantos planes.

Mi voz tan quebrada apenas se oía. Volteé hacia el ataúd de mi bebé y juro que me quería morir, me desgarró el alma saber que estaba hecho sin vida en esa pequeña caja de madera. Miré el ultrasonido y lo vi, esa pequeña persona que se suponía que debía de nacer y estar en mis brazos, ese fruto de nuestro amor debía de estar aquí.

Mi mejor promesa (SAGA: Esperanza) #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora