Escapar a lomos de un dragón era una cosa de la que Izuku jamás se cansaría.
Era como un sueño —no, era más que eso. Porque un sueño era efímero, tan escurridizo que se te escapaba de las manos cuando intentabas recordarlo en la mañana, dejándote solo con las bellas u horrificas sensaciones de lo acontecido.
Volar, en ese momento, era más que un sueño. Era una realidad. El frío viento de los cielos que le resquebrajaba la piel pero que para él se sentían como una caricia, el rugir eléctrico de las tormentas que podía escuchar cada vez que sobrevolaban una nube.
Estar sobre el firmamento era libertad. Porque todos decían que el hombre no debería volar, porque por algo sus pies se anclaban a la tierra. Y volar, en ese momento, era la mayor libertad de los prejuicios humanos que a Midoriya se le ocurría.
Incluso si tenía que ir sujetado de la cintura del príncipe. Su estómago era bajo su agarre, pero lo suficientemente firme como solo un guerrero entrenado podía tener. La espalda la llevaba erguida, porque ningún gobernante tendría los hombros caídos de un campesino que trabaja todo el día arando el sol.
Y su cabello se agitaba con las caricias del viento, una pincelada perfecta de blanco pulcro y rojo escarlata sobre el firmamento nocturno, contra las titilantes estrellas que velaban y parecían apagarse ante la inmensa magnificencia del príncipe Shouto Todoroki.
Era hermoso. Izuku no podía evitar pensarlo.
¿Le dolía aquello? Algo. Mucho. Poco. No sabría decirlo con exactitud. Era una molestia en su pecho; por ser tan débil y dejarse rendir antes las palabras del caballero, por ser tan rebelde que un rincón de su mente no dejaba ir ese pensamiento. Como un niño berrinchudo que se aferra a aquel dulce que le da satisfacción pero le hace daño. Como un adicto que busca una droga para escapar de la realidad sin darse cuenta que en realidad la estaba destruyendo.
La mente de Midoriya no podía dejar de divagar acerca de Su Alteza.
Ni siquiera cuando surcaban el cielo, con todo un mágico Yuuei bajo sus pies; los increíbles picos de las montañas, los espejados y oscuros lagos, el bosque lleno de pinos y coníferas perfumadas, tan altas como edificios de su vieja ciudad. Con un Castillo que se alzaba a la lejanía, con cuatro paredes que habían apresado no mucho atrás al príncipe y quién sabe a cuántos más.
Descubrió que Todoroki no podía dejar de mirar el paisaje. Midoriya no tenía idea lo cerca que estaban de la Ciudad Imperial, aquella donde el Castillo de Yuuei había sido construido.
Brillaba como platino lustrado en medio de la noche. Las tejas eran de un rojo oscuro, pero sus torres se pintaban de un blanco desgastado que con el brillo de la luna brillaba en plata. La mirada de Todoroki también se iluminaba, pero no sabía si por el aire que le hacía llorar los ojos o la nostalgia de mirar a su hogar.
—Es increíble —murmuró Shouto, más para sus adentros que para Midoriya—. Estoy tan cerca pero nunca había querido estar más lejos.
Izuku se mordió la lengua para no responderle. No debía hacerlo. No era lo correcto. La voz del caballero seguía vociferando en su mente y alma. La última frase de Todoroki, como una amenaza latente contra el heroísmo que movía el corazón de Izuku estaba grabada en su piel. Y la imagen del elfo abandonado al que no había podido salvar por la indiferencia del príncipe.
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De héroes y leyendas [TodoDeku/KiriBaku] - BNHA
FanfictionAU FANTASÍA. Existía una tierra mágica, llena de hechiceros y dragones, de reyes tiranos y príncipes rebeldes, de leyendas y aventuras heroicas. Un lugar tan hermoso como lo era aterrador, si sabías en donde entrometerte. Y luego estaba Midoriya, u...