Capítulo 3

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Una columna de humo rojizo se alzaba desde el centro de la comuna

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Una columna de humo rojizo se alzaba desde el centro de la comuna. Eso no podía significar nada bueno, ya que el rojo, para su gente, significaba sangre y batalla; gloria conseguida a través de la destrucción, de las llamas que danzaban sobre los hogares conquistados, de la carne de los esclavos encadenados que llevaban a trabajar en sus talleres para fabricar más armas.

Pero también significaba traición, por lo que había que tener muchísimo cuidado cuando elegías usar rojo entre los Firewalkers.

Debía ser estúpido que un color significase tantas cosas, pero a él le valía un cuerno todo eso. Era justamente por ello que Bakugo Katsuki usaba su capa roja con orgullo, como si quisiera desafiar a todos esos líderes de su tribu a pesar de que no era más que un crío.

Y ahora tenían verdaderos motivos para querer hacerlo arder en aquella pira de humo rojo. Imbéciles, quiso decirles. El fuego a mí no puede detenerme.

No era por la gigante de fuego con la que surcaba los cielos en su lomo, ni tampoco el abrasador fuego que recorría por sus venas y lo llenaba de ardiente pasión por la batalla.

Katsuki había nacido del fuego; literalmente. O eso le decía su madre cada vez que hacía una rabieta por no poder salir en batalla con alguna otra tribu de montaña.

—Eso es porque naciste aquel día que el volcán Kagutsuchi hizo erupción y nuestro pueblo casi enfrentó la extinción —solía reír Mitsuki con orgullo hacia su marido.

—Hemos creado un monstruo —decía atormentado Masaru.

—No, no un monstruo —Mitsuki le dio un codazo en las costillas—. Hemos dado a luz a un verdadero dios del fuego.

Y él de verdad se lo creía.

Katsuki siempre había sido un muchacho problemático entre los Firewalkers. Todos se dieron cuenta de ello cuando se escapó a los siete años de edad a la excursión con los niños de diez años y los chamanes hacia los Campos Tórridos, una tierra sulfúrica y llena de géiseres que hervían las rocas del suelo a temperaturas insoportables. Su gente decía que la furia de los géiseres era enviada por Kagutsuchi, el dios primordial allí en las Montañas de los Espíritus del Fuego. Era una prueba para sus seguidores, una manera de enseñar con lágrimas, sangre y sudor que eras digno de ser acogido entre sus filas.

Por eso se llamaban Firewalkers: debían recorrer todo el trecho de los Campos Tórridos con los pies desnudos.

Algunos lloraban. Otros tenían pesadillas a causa de las quemaduras que no se borraban con los años.

Katsuki debía ser el único de su edad que no podía esperar a dar su prueba.

La paliza que los chamanes le dieron al descubrir que se había colado fue brutal. La humillación, peor.

Nada lo hería más que el ser expuesto frente a todos esos gusanos. Él era mucho mejor que todos ellos. Katsuki podía hacer el viaje ida y vuelta, descalzo, sin soltar una sola lágrima. No tenía miedo de nada.

De héroes y leyendas [TodoDeku/KiriBaku] - BNHADonde viven las historias. Descúbrelo ahora