Capítulo 8

1.9K 203 142
                                    

Capítulo 08:

— ¿Por qué piensas eso?, El mundo no gira alrededor tuyo Ámbar — no pudo evitar sentir que su furia interior creciera.

— Bueno, entonces, decíme porque cada vez que voy a un lado siempre estás. ¡Nunca te alejas de mí y eso me duele! -— tapó su boca inmediatamente, como si hubiera dicho algo malo.

— ¿Qué? ¿Qué dijiste? — ella negó con su cabeza e intentó huir —. No, ahora no te vas, tenemos que hablar — la tomó por la muñeca.

— Yo no tengo que hablar nada con vos, lo dejaste muy claro hace unos meses, ¿Te acordás? — lo miró mal —. No quiero volver a verte.

— Ya sé lo que dije — su mano restante se formó en un puño —. Y no sabes cuánto me duele pero, ¿Por qué haces las cosas más difícil entre nosotros? — la arrastró hacia él, hasta que sus cuerpos chocaron entre sí, la de ojos azules colocó una mano en su pecho.

— ¿Nosotros? Creí haber entendido que no había un nosotros — desvió su mirada a los labios del castaño —. ¿No será que vos haces las cosas más difíciles?, te rehusas a decirme la verdad.

— ¿Y se puede saber cuál es la verdad? — Ámbar se acercó provocativa a su rostro mientras subía una de sus manos hasta su mejilla, él se tensó y esto divertió a la argentina.

— Ay, vamos, yo sé que sentís cosas muy profundas por mí — acarició su mejilla —. Pero tenés miedo de decepcionar a todos, en especial, a tu amiguita. Luna, o Sol, como se llame.

— Yo no tengo miedo Ámbar, ya te lo dije — la alejó un poco, ésta soltó una carcajada.

— ¿Ah no?, entonces mírame a los ojos y decime que no te morís de ganas por besarme — sonrió divertida, esto le estaba haciendo el día sin duda.

— La verdad no, ¿Pero sabes de qué realmente tengo ganas? — acercó su rostro peligrosamente hacia el de ella.

— Sí, quiero saber — murmuró.

— Ámbar, tu no tienes límites, la verdad que no los tienes — la soltó y revolvió su cabello con una notable frustración, se alejó muchos centímetros de la rubia.

— Simón, me comenzas a hartar, es que la verdad no te entiendo — alzó sus ojos —. Decís que no tenés miedo, que sos feliz. Pero me mentís, te mentís y les mentís a todos tus amigos — se cruzó de brazos —. No podes aceptar lo que dice tu corazón, ni siquiera te guías por éste. Tampoco te das cuenta el daño que te haces a vos mismo. Tenés tanto miedo de quedarte sólo, que no aceptas que te gusto y mucho.

— Creo saber muy bien lo que siento, y quiénes tengo conmigo — frunció el ceño —. Y aunque me este muriendo por ti, no quiero decepcionar... — tragó fuerte —. A Luna...

— Luna, Luna, Luna, Luna ésto, Luna lo otro — gritó —. ¡Me tiene harta, maldita sea! ¡Todo ella! ¡Ella no hizo nada, ella es la santa! ¡Importa más ella! ¡¿Y yo?! — chilló furiosa —. ¡No puedo creer que a nadie le importe que mi mamá me abandonó! ¡A nadie le importo!.

— Ámbar no quise decir eso... — intentó abrazarla, pero fue más rápida y decidió comenzar a correr, en dirección contraria.

Las lágrimas nublaron su vista y los sollozos le impedían oír, no vió la luz del camión acercándose hacia ella, ni alcanzo a oír tampoco los bocinazos.

— ¡Ámbar! — corrió hacia ella.

— No sé qué hacer con ella, se escapó, ni siquiera dejó una nota — estaba enojado, decepcionado y triste —. Me preocupa.

— Abuelo tranquilo, seguro se fue con sus amigos — lo abrazó.

— Señor Alfredo, hay que llamar a la policía — sugirió Miguel.

— Yo creo que hay que esperar, tal vez regresa dentro de poco — sonrió de lado la mamá de la castaña.

Terminaron al otro lado de la calle con sus respiraciones agitadas, y sus corazones latiendo a mil por minuto. Había prevenido lo que pudo ser la más grande depresión de su vida, ver morir al amor de su vida, porque sí, eso era ella después de todo. Se miraron a los ojos, con amor y dolor.

— Ámbar... — musitó el castaño estaba arriba de ella, y eso le incomodaba un poco.

Se sentaron arriba de la acera, volvieron a mirarse. La argentina enterró su cara entre sus manos, estaba aterrada y dolida aún. No esperó más y la abrazó, la menor se acurrucó en su pecho tratando de olvidar todo, reprimió sus lágrimas lo más que pudo, pero se largó a llorar.

— Bonita, no llores — ella negó con su cabeza.

— Simón, no entendés, tampoco trates de hacerlo — se alejó de él —. Por más que intente explicarte toda mi vida, siempre intentarás defenderla, siempre pensarás en Luna.

Fue entonces que prometí no volver a enamorarme.

— Ya lo entendí, y no me lo digas más — colocó un mechón rubio detrás de su oreja —. Me alejaré de vos, pero cuando notes mi ausencia, no me pidas regresar.

Ya no hay más claroscuro, solo oscuridad.

Claroscuro©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora