14. Cambio de género

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En las calles de Yoshiwara las luces rojas se encendían. Los resplandecientes matices cálidos cubrían la oscuridad de la noche y hacía resaltar e iluminar hasta los más recónditos callejones.

Las posturas cansadas de los hombres, se adentraban a los exóticos negocios del mercado ilegal a descargar toda la sobrecarga de cansancio que sus cuerpos arrastraban luego de un día laboral.

Múltiples mujeres eran exhibidas para ser elegidas con frialdad y excitación, después de todo solo era compañía de una noche. Solo eso.

Las cortesanas variaban en edad y tamaño, de apariencia y personalidad; como solían decir lo "clientes" habituales de allí, es que había para elegir.

Keiji era una cortesana de una corta y tierna edad de 15 años, una pequeña flor delicada que fue perdiendo el brillo de sus finos pétalos con el pasar de los años. Porque desde que tiene memoria es que es presa de ese lugar. Tal y como un pájaro enjaulado al que se le cortaron las alas vilmente, pero para ese entonces ya sentía que había nacido sin ellas.

Pobre flor blanca que fue manchada con líneas rojas.

Eso es lo único que importa, ¿cierto? Solo la belleza externa, la suficiente para agasajar el goce del cliente. Y es uno diferente cada día. Por los que aquellos abrazos que le eran proporcionados eran cada más fríos que el hielo.

Ella es toda blanca y pura, adornada con flores rojas del equinoccio y labial del mismo matiz. Su kimono en conjunto, y por supuesto, un porte impecable. Casi como una muñeca.

Carente de sentimientos como una.

—Buenas noches señor. —Saluda con una cortesía casi arrancada de una melodía. —¿Va a comprarme esta noche? —Entonces sonríe levemente, solo para asegurarse el trabajo de ese día. Pero de ella jamás se ha visto un sonrisa sincera, de esas que enmarcan felicidad y que caracterizan a las niñas de aquellas edades tempranas.

Keiji no era feliz, evidentemente. Y no puede recordar si en algún momento de su vida lo ha sido. Siquiera un efímero momento. No hay nada allí que rescatar.

Esa noche y como todas, sus ojos sueltan pequeñas lágrimas. Porque sigue siendo doloroso, y aquella violencia -por más mínima que fuera- es algo de lo que no podía acostumbrarse nunca. Por eso se aferra a los brazos que le tocaron por azar del destino esa noche, y ronronea al oído de su cliente.

Eso es lo único que puede hacer.

Cuando está sola de nuevo, se sienta en las suaves telas de su cama y mira el reflejo de su espejo. Las marcas que profanan su blanca piel aún no se iban, ni las de ese encuentro como el del anterior. ¿Cómo es que la encontraban atractiva? Si ella misma sólo podía aborrecerse. Y odiaba ese reflejo, más que a sus clientes, que a su jefe o compañeras.

Así que mejor duerme, o mañana despertaría cansada y eso no puede suceder, no. Debía estar inmaculada y perfecta.

Realmente, eso es lo único que puede hacer.

Y la noche pasa por las calles de Yoshiwara, donde todas las jovencitas pasaban lo mismo que ella, ¿alguna se sentiría igual? Es la cuestión que pasa por su mente mientras peina su cabello negro. Mira el día que resplandece fuera de la ventana y la compara con la oscuridad de la habitación, porque aquella abertura es demasiado pequeña para que deje entrar la luz diurna suficiente. Y aunque quiere hacerse creer que eso no le importa, pasa su tarde al lado de aquella ventana.

Eso era lo más cercano a lo gustaba definir como libertad.

El cielo cambió de color de nuevo, anunciando la hora de empezar a arreglarse. Otra vez, la rutina comienza y se pregunta hasta cuándo sería así.

30 day OTP ChallengeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora