Capítulo 20 💝

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Quizás Hedoné se esforzó en que no hubieran demasiados dioses presentes, pero definitivamente no hizo puso el mismo empeño en reducir el número de asistentes humanos

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Quizás Hedoné se esforzó en que no hubieran demasiados dioses presentes, pero definitivamente no hizo puso el mismo empeño en reducir el número de asistentes humanos.  Sólo por mencionar, Peter y su Trigre, Nick, Agnes, Agustín, Sandra, Ann y Julio, e incluso, Jane y algunas de sus compañeras de clase asistirían a presenciar mi casi ineludible derrota.  Y tenía toda mi fe puesta en ese casi.

Repasé mi closet un montón de veces preguntándome qué debía usar para enfrentar al "Rayito de Sol", sin que nada me satisfaciese por completo.  No iba a llegar como dama griega y no tenía nada que se pareciera a una armadura espartana, ni ropas de cazadora y en general, mi armario entero parecía demasiado simple.

Finalmente mis ojos fueron a parar en el suéter que Atenea me había regalado. 

De acuerdo, necesitaba toda la ayuda posible.

Y hablando de ayudas, ese fue el momento preciso para recibir otra colaboración caída desde el cielo.  O del Olimpo, como prefieran.

Ver a Adrian en mi departamento me hizo creer que todo esto podía ser un sueño y en cualquier momento iba a despertar, hasta que vi lo que traía en sus manos.  Un arco.

—¿Y eso? —cuestioné.

—¿Estás sola? —preguntó, para asegurarse que nadie más lo escuchara.

—Peter está trabajando y mi hermana salió a comer con Victor.  

Suspiró aliviado, y procedió a exponer.

—Mejoré el diseño. El arco que usas para enamorar a la gente no puede ser visto por ojos humanos y el que te pasé para entrenar en el club es un prototipo común y corriente, así que trabajé en uno especialmente para hoy —explicó—, aumentará tus probabilidades de acierto, es liviano, y pensado especialmente para ti.

Recibí el regalo que me ofrecía sin saber cómo corresponder a su bondad.

—Darte las gracias se queda corto —musité, sorprendida.

—Préstame tu sillón para echarme una siesta, no he dormido nada, y si tienes algo para comer, considera tu deuda pagada.  Recuerda que me gusta el café amargo.

Me hice a un lado para dejarlo pasar, pero no lo dejé ir muy lejos.   Sentí su cuerpo tornarse rígido cuando lo abracé, en un incontenible impulso, demostrando  no estaba acostumbrado a los gestos de afecto. 

—¿En cuánto rato más te vas? —preguntó.

—Dentro de dos horas vendrá Henry, me iré con él y Fran —contesté,

—La psicópata y el futuro juguete sexual de Apolo —concluyó—.  Bien, me sumo al viaje.

Y así fue.  Adrian roncaba en mi sofá cuando Henry llegó acompañado de la hija biológica de su archienemigo.  Ambos nos subimos y emprendimos un silencioso camino rumbo a la carretera.

Cupido Otra Vez [#2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora