—Anda, Liz. No te enfades —suplicó Eros.
—¿Qué no me enoje? Estas atado a la chica más insoportable que conozco y a tu hermano sanguinario —repliqué.
—Sí, pero se me acaba de ocurrir un plan horrible, que podría funcionar.
—No puedes ser tan descarado —bufé.
—¡Hey! ¡Apurense! Quiero irme a casa —gritó Ada por la ventana.
Estábamos en el patio de la casa de Adrian y la noche ya nos había caído encima, era cierto, debíamos irnos.
Di la vuelta para regresar adentro, pero Eros me detuvo. Tomó mis hombros y me miró fijamente.
—Espera, solo un minuto —pidió y se lo concedí—. Mi naturaleza ha cambiado a lo largo de los siglos, primero como una existencia originaria y luego como un dios de tercera generación, pero todo esto ha sido por lo que ha ido sucediendo en mi historia. Es cierto que aparecí cuando el mundo no era mundo, pero luego tuve que volver a nacer, porque eso hacen los dioses cuando son derrotados, porque nuestra existencia está unida a la naturaleza y al ideario social. Los humanos me han visto como un dios primordial y como un bebé, mis poderes se han ido expandiendo y reduciendo según la época, y en la actualidad, al igual que muchos, osciló en los mitos de dos culturas distintas, con dos nombres diferentes.
—Sí, eso lo entiendo —repuse.
"O al menos lo intento entender".
—¿Recuerdas lo que le dijo Temis a Afrodita?
—El amor no podrá crecer sin pasión —repetí.
Eros asintió.
—El amor se construye con el tiempo, la pasión se siente como un disparo, pero son dos sentimientos que no pueden ir separados. Lamentablemente la pasión guarda mucha relación con el sufrimiento. —Ada volvió a gritar que nos apuráramos, pero ninguno le prestó atención—. ¿Sabes lo que yo tenía en Grecia que me volvía hombre? —Negué con la cabeza y lo vi sacar de su bolsillo un pequeño relicario en forma de corazón. Con cuidado, lo depositó en mis manos y las envolvió con las suyas—. No estoy tan mal de la cabeza como parece, o quizás sí, pero el verdadero plan era entregarle a alguien el corazón de Anteros para que volviera a sentir y luego, estamparle una flecha a él también.
—¿Y entonces para qué dejaste la flecha en mi casa? —pregunté.
—Porque necesitaba que tú escogieras a esa persona, al azar, pero el destino hizo que Ada diera con ella. No sé en qué están pensando las Moiras, pero ya le habías disparado una vez a esa chica.
—Pero eso fue una casualidad.
—Las casualidades no existen para el anagké, si sucedió es porque así tenía que ser.
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Cupido Otra Vez [#2]
Novela Juvenil«Si pudiéramos clasificar el amor en colores, yo definitivamente sería rojo. Rojo pasión». La vida de Lizzie parece ser complicada, con los deberes de la universidad, sus problemas de alcoholismo, y el juicio contra su padre sería suficiente, pero...