Capítulo 34

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Este podía ser el día más feliz de mi vida o el más decepcionante y todo dependía de la decisión de una persona, que se encontraba en el estrado y que iba a tomar la decisión final

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Este podía ser el día más feliz de mi vida o el más decepcionante y todo dependía de la decisión de una persona, que se encontraba en el estrado y que iba a tomar la decisión final.

No quise la declaración de mi papá, no quería escucharlo mentir descaradamente solo para salvarse el pellejo, no quería escuchar otro cuento como el que le inventó a Jane.  Sólo necesitaba saber el resultado final, nada más.

Y por esa necesidad de la justicia de dilatar los procesos, el veredicto se pasó para la tarde, así que pasé toda una mañana ansiosa.

Estaba en casa cuando la botella de alcohol nuevamente cruzó mi mente, como una vía de escape rápida a las preocupaciones.  Yo misma me había encargado de desaparecer todo el suministro, pero siempre era posible obtener más en cualquier tienda.

Así fue como acabé caminando en el campus de la universidad, buscando una manera de distraer mi mente.  No puedo mentir, tenía un grupo de apoyo en WhatsApp, el de la terapia, para cada vez que necesitáramos hablar, pero en ese minuto no quería hacerlo.   No necesitaba contarle mis problemas a nadie, todos lo conocían, al menos en lo que respecta a mi irresponsable padre, y en realidad, estaba un poco cansada del mismo tema día tras día. 

Quería un momento a solas, pero a la vez, si me encerraba iba a caer, el vicio me acechaba.

Cuando pasé por la cancha escuché los vítores del partido y recordé que ese día también se jugaba el partido mixto.

Sin pensar, saqué mi móvil y llamé a Adrian.

—¿Cómo siguen Fran y Agnes? —inquirí.

—Ni se han movido de su sitio —respondió con monotonía.

—No es gracioso.

—No tiene que serlo —contestó tranquilamente.  Dejé escapar un suspiro—. ¿Eso es todo?

—Bueno, sí. —Dudé.

—Entonces adiós.

—¡¿Qué?! ¡Espera! —exclamé.  Mi voz se mezcló con los gritos de la multitud al ver que por poco los chicos hacen un gol, al no escuchar el tono de rechazo, continué hablando—.  ¿Has sabido algo de Eros?

—¿Por qué me llamaría a mí antes que a ti? —inquirió.

Buen punto.

—¿Y de Atenea?

—Ojalá nunca saber de ella —repuso.

Fruncí los labios, justo al tiempo que las chicas recuperaban el balón.

—Ósea que no has tenido noticias —concluí.

—No —dijo, con una sinceridad que dolió.  Hubo un silencio en la línea, que se sintió más fuerte que los gritos de cuando el equipo femenino anotó—.  Liz —habló, una vez que se hubo calmado el bullicio—, déjale los asuntos divinos a los dioses.  Solo eres humana.

Cupido Otra Vez [#2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora