Capítulo 31

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—Esto es un hospital, no un hotel —reclamó Apolo

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—Esto es un hospital, no un hotel —reclamó Apolo. 

—Por favor, Apolo, todavía tengo que hacerme cargo de las dos esculturas en mi patio, esta es la única manera de que nadie sospeche —supliqué—.  Inventa un diasnogtico que no convierta a su familia en otro estorbo. 

—Yo no doy licencias falsas, eso es ilegal. 

—¿Y desde cuándo te preocupa? 

—¿Desde cuándo te importa? 

Apreté los dientes, conteniendo mis deseos de golpearlo. 

—Por favor, Apolo, te lo imploro.  

Me costaba creer que estuviera rogándole, me dolía justo en el amor propio, pero no tenía tiempo para preocuparme por mi orgullo cuando la vida de dos personas estaba en riesgo.  Miré a mi lado, en algún universo alterno ahí estaba Fran, lista para echarle en cara a su padre los años de abandono e irresponsabilidad, para así obligarlo a cooperar.  En su lugar, Adrian observaba todo desde una cómoda distancia. 

—Bueno, ¿y qué gano yo? —inquirió. Esa siempre era la gran pregunta. 

—¿No te gustaría aprender sobre filantropía? —pregunté, agotada. 

Apolo se cruzó de brazos, descartando totalmente la idea. 

—¿Sabías que la solidaridad aumenta el atractivo de un hombre? —interrogó Adrian, sonando tan casual como siempre. 

—Creí que la moda de esta época eran los chicos malos. 

—Prueba ver cómo los famosos y los políticos tratan de ganarse a la gente cuando necesita aumentar su popularidad —espetó. 

El dios lo consideró un instante. 

—Hazme un altar —ordenó al herrero. 

—¡¿Qué?! —exclamé. 

—Ya me oíste quiero un nuevo altar, hace tiempo no recibo un homenaje como corresponde —repuso el dios, con arrogancia. 

—¿Y dónde quieres que construyamos un templo donde caiga tu orgullo? —espeté. 

—Hecho.  —Accedió Adrian, haciendo caso omiso a mis quejas.  

—Tenemos un trato —dijo Apolo, acercándose al muchacho, quien inmediatamente se alejó, anticipándose a sus intenciones. 

—Apolo no estoy para tus juegos —reclamó. 

—Y yo no estoy para escenas —apunté, dirigiéndome a la puerta.  Ya sabía que dejar a Adrian solo con el rayito de sol podría considerarse alta traición, pero a estas alturas ya había tenido suficiente de sus propuestas sucias y sus actos pecaminosos.  Además, el heredero de Hefesto debía estar acostumbrado a tratar con divinidades a estas alturas de su vida. 

Cupido Otra Vez [#2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora