Capítulo 54

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No quedaba tiempo para resolver el acertijo de Apolo, Eros me estaba siendo de ayuda y Adrian se limitaba a burlarse de mi desesperación

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No quedaba tiempo para resolver el acertijo de Apolo, Eros me estaba siendo de ayuda y Adrian se limitaba a burlarse de mi desesperación.  Ada se había vuelto un dolor de cabeza llevadero, desde que mi compañera aceptó el rol de quedarse tranquila y no estorbar, aunque habría agradecido que aprendiera también el arte de guardar silencio y no quejarse por todo.  Tenía a Hedoné y Fran haciendo equipo para vigilar a Flor día y noche, con el fin de evitar que hiciera un trato con alguna diosa de dudosa reputación.  Lo propio hacia Agustín, quien si quería recibir mi ayuda debía seguir mis órdenes al pie de la letra, lo que incluía cuidar a Nick y vigilar que su médico no hiciera ninguna estupidez en venganza por nuestra actitud del día anterior.  Sabía que enviar a un humano desesperado a los brazos del dios más promiscuo que conocía no era una buena solución, pero dadas las circunstancias, era un sacrificio necesario.

Mientras leía el mito de Medusa por décima vez, me llegó un mensaje de lo más inesperado.

Dudé si realmente debía responder, el tiempo no me sobraba precisamente y nada que tuviera que ver con él sería agradable.  Aún así, acabé reuniéndome con Victor en la plaza esa misma tarde.

Su sonrisa me recibió con la misma calidez de siempre, ignorando la tensión que había reinado entre nosotros durante el último tiempo y haciendo caso omiso al hecho que acababa de romper con mi hermana hace unos días.  Me recordó a mis primeros días de universidad, cuando yo era Elizabeth Sagarra, una joven de campo, recién llegada a la ciudad en busca de un porvenir, cargando una pesada mochila llena de traumas y varias botellas de licor, debido a mi incontrolable adicción.  Los dioses griegos no eran más que cuentos antiguos, y cuando estaba sobria, solo podía pensar en lo guapo que estaba mi mejor amigo.

No había nada que extrañara especialmente de aquellos días, quizás solo la ignorancia.

Aún así, mientras caminaba la corta distancia que nos separaba, acompañada por su sonrisa, sentí una extraña nostalgia, y no pude hacer otra cosa más que responder con la misma alegría. 

—¿Cómo estás? —preguntó, a modo de saludo.

—Podría estar peor —contesté.  Había una triste realidad oculta detrás de esa afirmación, sin embargo para el caso concreto, no era más que el falso optimismo que solía sacar a relucir siempre.

—Siempre se puede estar peor.

—Sí, pero también se puede estar mejor. —Esta vez habló esa parte de mí que había madurado—.  Tú sabrás para qué lado inclinarte.

Sus ojos se ampliaron, con sorpresa.

—Hace mucho que no hablamos —concluyó.

—Muchisimo —admití—.  ¿Cómo lo llevas?

—Es muy hipócrita decir que estoy mal si fui yo quien acabó con todo —respondió con pesar.

—Al contrario, es absolutamente válido.

Cupido Otra Vez [#2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora