Capítulo 58

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Me quedé sentada en la cama, buscando una manera de asimilar lo que acababa de ocurrir

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Me quedé sentada en la cama, buscando una manera de asimilar lo que acababa de ocurrir.  Había besado a una diosa, y no cualquier diosa, sino que a la mismísima Afrodita.  ¡La mamá de Eros!

Viéndolo así, todo resultaba demasiado perturbador.

Mis mejillas ardían y el ritmo de mi respiración era demasiado pesado y contenido.  Sabía que tenía que sobreponerme y enfocarme, pues quedaba poco tiempo antes que Atenea viniera a cobrar su palabra.

Por lo menos ella era una diosa mucho más equilibrada y racional, o al menos eso tenía entendido.  Quizás Aracne no estaba tan de acuerdo.

Tragué saliva con la sola idea de acabar convertida en un horrible insecto.

Entonces, sin moverme de mi sitio, y todavía muy asustada, murmuré un nombre, uno que encerraba los conocimientos de la antigua Grecia, la destreza en batalla, la inteligencia, y la única en su descendencia a quien Zeus sería capaz de heredar su rayo.

Era poco probable que escuchara mi llamado, yo con suerte había sido capaz de entender mi propia voz, pero estábamos hablando de una diosa, de las más poderosas del panteón, por lo que en un parpadeo, se manifestó frente a mí.

—Olvidaste cambiar tu ropa —dijo con reproche.

Miré hacia abajo y reconocí la polera que Afrodita había diseñado, reemplazando el sweater de Atenea.

—Fue ella —Me defendí.

Atenea asintió y volvió a cambiar mi atuendo.

—Deberías abanderarte por un solo dios.  Afrodita no me agrada —comentó.

—¿Tiene algo que ver con la manzana de la discordia? —inquirí, recordando el suceso que había desencadenado la guerra de Troya.

—En parte.

Había algo que me gustaba mucho de Atenea y era que ella no se entregaba a juegos confusos, bromas crueles ni acertijos.  Siempre iba con la verdad, directa, práctica y determinada, era sencillo tratar con ella, al menos desde esa perspectiva.  Seguía siendo una diosa muy peligrosa, de las que siempre iba un paso delante de ti, no era fácil ganarse su favor, ni mucho menos burlarla.

—¿Me has llamado por el duelo de mañana? —interrogó.

No era necesario preguntarle cómo lo supo, era demasiado obvio y ella era la diosa de la sabiduría, tampoco tenía sentido mentirle.

—Algo así.

—¿Cuál es tu plan? —inquirió, pude notar un leve interés.

—Quisiera que me permitieras hablar con Medusa.

—¿No tienes miedo de que te convierta en piedra? —Era una pregunta capciosa.

Si mi teoría era correcta, no había nada que temer, de lo contrario, éste pasaría a la historia de la mitología griega como el peor error de Elizabeth Sagarra, la mortal que creyó que podía burlar a los dioses.

Cupido Otra Vez [#2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora