Eros se estacionó afuera de mi edificio, pero no hice ni siquiera el ademán de bajarme. Me detuve a mirar el vacío, a la espera que uno de los dos tuviera el coraje para romper el silencio. Al final, esa fui yo.
-No quiero que vayas -confesé. No fui capaz de voltear a verlo, pero sí fui capaz de sentir sus ojos observándome-. Me asusta.
Pasó su brazo sobre mis hombros, en un medio abrazo, que inevitablemente me hizo chocar con sus serenas pupilas. Había algo más poderoso que el coraje, la determinación. No podía definir si tenía miedo o no, pero sí estaba decidido a tener esta batalla y vencer.
-Me encanta que te preocupes por mí -declaró.
Bufé y me di la vuelta para salir del carro. No importaba lo que hiciera, la idiotez jamás se le iba a quitar. Me bajé y apoyé mi espalda contra la ventana, cruzándome de brazos. Escuché la puerta contraria abrirse y una leve sonrisa apareció en mis labios. Definitivamente, éramos dos idiotas.
Sin decir nada, Eros se acercó y me rodeó con sus brazos, acunándome con una ternura insospechada. Inhalé su aroma y me refugié en la calidez de su pecho, disfrutando al máximo cada segundo así.
-Volveré -aseguró.
-¿Cómo puedes estar tan seguro?
-Porque no quiero estar lejos de ti.
Guardé silencio y sencillamente, le creí.
No volví a verlo esa tarde, ni tampoco al día siguiente, pero no me costaba trabajo dilucidar la razón: había ido a desafiar a su hermano.
Usé el portal en mi cuarto para ir a alimentar a Apolo y sus crías. Su casa estaba tan vacía que fácilmente pudo pasar por un palacio abandonado recién restaurado por algún fanático de la época clásica.
Pude haberme quedado todo el día encerrada en mi cuarto, buscando una solución al problema, sin embargo apenas regresé escuché unos ruidos en la cocina que resultó ser mi madre, que arribó mientras me encontraba en la casa de Eros.
Me quedé de pie, pasmada, mientras las complicaciones familiares volvían a caerme encima.
-Liz, cariño, no te escuché llegar -dijo mi madre, abrazándome, asumiendo que acababa de volver.
-No, yo... Hola, mamá -balbuceé.
-¿Te sientes bien? -interrogó, analizando mi rostro, en busca de un signo visible de alguna enfermedad.
-No, solo estoy un poco ansiosa, ¿te ayudo con eso? -pregunté.
La ayudé a poner los platos sobre la mesa y a lavar las hojas de lechuga para la ensalada. Hacía todo con cuidado, como esperando que perdiera los nervios, o que se largara a llorar, como tantas veces lo hizo en el pasado, cuando vivíamos solas en una casa en medio del campo. Pero no ocurrió, cortó la carne y la metió a la olla, rebanó los vegetales y colocó los platos con una inusitada calma.
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Cupido Otra Vez [#2]
Teen Fiction«Si pudiéramos clasificar el amor en colores, yo definitivamente sería rojo. Rojo pasión». La vida de Lizzie parece ser complicada, con los deberes de la universidad, sus problemas de alcoholismo, y el juicio contra su padre sería suficiente, pero...