Capítulo 27

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—Eros y Anteros han estado enemistados toda la vida —declaró Adrian

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—Eros y Anteros han estado enemistados toda la vida —declaró Adrian.

—Eso ya lo sé, solo quiero que alguien me explique qué sucedió en la biblioteca —exigí.

Luego de que Eros no fuera capaz de decir una palabra coherente y lógica que explicara una situación tan extraña e irracional, decidí recurrir a la única persona capaz de ponerle orden a las locuras de los dioses.   Sin embargo, llevaba media hora repitiendo lo mismo que pude haber averiguado en cualquier libro de mitología.

—Ambos se la pasan peleando —dijo.

—¿Y qué más? —Insistí.

Adrian suspiró pesadamente, agotado ante mis preguntas.

—De acuerdo, mira.  La humanidad muchas veces es arrogante intentando comprender el mundo de los dioses y otorgándole significaciones basadas en sus propios intereses, para justificar sus acciones o manipular a otros a su antojo. Sin embargo, particularmente los griegos son muy dependientes de su culto, un dios olvidado pierde su fuerza, mientras que otro que es constantemente adorado, es más poderoso.   Como siempre, los hombres y mujeres somos quienes damos poder a nuestros aliados y enemigos, como a quienes están por encima de nosotros o nos gobiernan.   A pesar de los siglos, el panteón sigue siendo muy recordado, y nadie duda en consagrar San Valentin a Eros-Cupido o la sabiduría a Atenea.

Asentí, instándolo a continuar.

—Ahora, el amor, la relación de los humanos con los demás mortales y los inmortales es una fuerza primigenia, por eso Eros nació en el origen de todo, como personificación del amor. Sin embargo, incluso Zeus temía de su poder y el mal que podía provocar, siendo derrotado por él, pero ya que su existencia era inmortal, volvió a la vida.  Cuando los romanos robaron la cultura griega, convirtieron su figura en un bebé al que bautizaron como Cupido, naciendo de las entrañas de Afrodita, a quien llamaron Venus.  Ella, demostrando su inteligencia e instinto maternal, escondió a su hijo para que nadie pudiera lastimarlo hasta obtener la amnistía para él.  No obstante, conforme pasaba el tiempo descubrió que su hijo no daba señas de crecer y pasaba las tardes jugando travesuras.  Increpó a Temis y ésta le  explicó que el amor no puede crecer sin pasión, por lo que Afrodita volvió con Ares y engendró a Anteros, dios del amor correspondido. 

»Eros crecía en compañía de su hermano, pese a la rivalidad entre ambos.  Se enfrentaron en varias ocasiones, Anteros fue derrotado tantas veces, que se autodenominó el vengador del amor no correspondido, para hacer frente a las travesuras de su hermano, hasta que, finalmente, una noche, Eros, cansado de luchar y buscando una solución definitiva a su problema, le arrancó el corazón.

Di un grito ahogado, conmocionada.

—¿Es una broma? —pregunté.

—No, y cuando se lo quita, vuelve a su forma infantil.

Recordé la mañana en que lo había conocido por primera vez, me había deslumbrado por su encanto, pero luego, cuando le pedí pruebas de lo que era, recordaba haberlo visto quitarse un extraño collar, con lo que decreció inmediatamente.

—Imposible –musité, consciente que el mundo de los dioses todo era posible.

—Básicamente, el dios del amor correspondido es un motociclista frustrado sin corazón.  Eso explica mucho de por qué el mundo está como está —concluyó Adrian.

—Pero yo creía que Eros era el dios del amor, o eso me hizo creer todo este tiempo —alegué.

—Sus poderes son más amplios que el resto, sí.  Es el líder de los Erotes y su existencia se arrastra desde el origen del universo —explicó—.  El hecho que sea un niño inmaduro tampoco es muy esperanzador, si me lo preguntas.

—¿Y entonces? ¿Qué quería Anteros en la biblioteca?

—Probablemente cerrar un trato, tal y como te dijo.  A alguien le rompieron el corazón adentro y Anteros iba por la venganza o qué se yo.  Es una pena que Eros estuviera adentro, porque dicen que no tiene escrúpulos. —Adrian guardó silencio, fingiendo que intentaba recordar algo—.  ¿Te dije que ya que no tiene corazón? Quiero ser como él.

—¡Adrian! —exclamé.

—No niegues que este órgano propulsor de sangre la jode bastante.

—¡No! —Lo volví a considerar—. Bueno, sí. Pero, ¿qué va a pasar?

—Probablemente sigan enfrentados por el resto de la eternidad —repuso—.  No intentes intervenir en un conflicto que lleva milenios, Liz.

Hice una mueca de disgusto, mientras asimilaba toda la información.  La historia de dos hermanos hasta la muerte no era nueva, más bien era una premisa que se venía repitiendo a lo largo de los años, solo que esta vez se trataba de dos dioses consagrados al amor, lo que le añadía un toque digno de novela.

—Pero por qué Eros no fue capaz de explicarme.

—Porque es un dios, ellos no dan explicaciones, solo hacen lo que le da la ganas. Además, Eros es el rey de la imprudencia.

Suspiré pesadamente.  Era cierto, pues cuando le pregunté, Eros solo me dijo que era un idiota, hijo de sus mismos padres y no se llevaban bien, había simplificado demasiado una historia de enemistad que deslindaba con la tragedia.  Había comprobado su odiosidad en el cambio en su voz, usualmente tranquila, que se había tornado tosca y seca. Jamás habría esperado que fuera capaz de odiar a alguien.

Y lo que más me costaba era nuevamente recibir la bofetada de la inmortalidad, esa cualidad que nos distanciaba como el cielo a la tierra. 

—No puedo pedirle humanidad a un inmortal —susurré agobiada.

—No —contestó Adrian a secas, luego intentó suavizar su indolencia—, pero tampoco somos tan distintos.

Apoyé mis cabeza entre mis manos, frustrada.  El heredero de Hefesto, fiel a su indiferencia, tomó un trapo y comenzó a limpiar el filo de una espada, en un gesto que en cualquier otra persona habría resultado aterrador, pero que en él se veía absolutamente hipnótico, ya que usaba la sencillez y cuidado de un auténtico artesano.

Entonces decidí pasar al segundo tema que necesitaba tratar con él.

—¿Qué dices de desafiar a Hefesto a un duelo? —propuse.

Su rostro no reveló ni una expresión, pero sus manos se detuvieron en la hoja, demostrando su sorpresa.  Pasaron unos segundos antes que retomara su trabajo con la misma dedicación.

—¿Y para qué querría yo enfrentarme a un dios? —interrogó.  No había miedo en su tono, pero sí sarcasmo, lo que me dio esperanzas de convencerlo.

—El plan es este, tú convences a Hefesto que si lo vences dejará a Afrodita en paz.  Una vez que ella sea libre, te deberá un favor y será tu oportunidad para pedirle que levante la maldición en retribución —expliqué.

Adrian dejó de pulir la espada y analizó el filo, entrecerrando los ojos.

—Esa idea no es tuya —acusó.

Traté de disimular el sonrojo que me producía ser descubierta.

—No, pero eso no quita que no sea buena.

—Ni que vaya a resultar.

¿Sonaba yo igual cuando me ponía en modo pesimista?

—Al menos hay que intentarlo —sugerí—.  Te traje un incentivo.

—Hace tiempo que nada me motiva —contestó.

—¿Ni siquiera la moto que Anteros dejó olvidada afuera de la biblioteca? —interrogué, consiguiendo que mostrara algo de sorpresa por fin.

—Podría pensarlo —convino Adrian.

Cupido Otra Vez [#2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora