Ese día la llamada no fue de Jane, quizás si hubiera sido mi mamá habría dudado, pero no podía dejar a Peter hablando con la contestadora.
-¡Hola, Liz! -saludó con tanta alegría que supe que estaba fingiendo.
-¿Qué hay? -repuse. No quería sonar pesada, pero ya me había anticipado a todos los posibles desenlaces de esa conversación.
-Tu mamá vendrá de visita este fin de semana, quizás deberías estar presente.
Y ese era justo el final que no me imaginé.
-Gracias por avisar -respondí.
-Jane quiere hablarte.
-Sí, gracias por avisar -repuse, con un tono menos amable, antes de colgar.
Sí había algo que amaba, definitivamente, era cuando los problemas terrenales se mezclaban con los divinos. Ahora tenía que estar en casa justo el día en que Flor tenía que desafiar a Atenea.
No sé en qué momento mi ingenuidad me hizo pensar que encontraría una solución a tiempo, pero no fue así.
La noche antes que el plazo expirara fue una de las peores de mi vida. Me levanté a la cocina usando la linterna del teléfono, para evitar encender las luces y ser descubierta. Esa misma tarde había visto a la mamá de Adrian sacar una botella de vino de uno de los compartimentos, y luego la había guardado, con más de la mitad del elixir.
Quería convencerme que no estaba siendo plenamente conciente de mis actos, sino que la ansiedad y el miedo me movían como a una marioneta, pero en el fondo no estaba haciendo ningún esfuerzo por retirarme dignamente. Sin embargo también tenía una excusa para eso, no quería intentarlo y descubrir que mi fuerza de voluntad se había agotado.
En realidad, no lo sabía.
Tomé la botella entre mis manos y justo antes de poder abrirla, las luces de la cocina se encendieron, causándome un sobresalto que me hizo soltarla. El único sustento de mi vicio se hizo añicos a mis pies.
-Perdón -musité, sin estar segura si me arrepentía más por romper la botella o haber estado a punto de sucumbir.
Levanté la vista y encontré al dios del amor apoyado en el marco de la puerta, junto al interruptor. Sus ojos me miraban sin la inusual picardia infantil que los caracterizaba.
-¿Ibas a brindar sola? ¿Qué celebras? -interrogó con reproche.
La madre de Adrian apareció inmediatamente, a diferencia de Eros, quien se encontraba vestido como si fuera medio día, ella sí parecía recién salida de la cama. Seguramente el ruido del cristal rompiéndose la había despertado.
-Ya lo limpio -hablé.
Me agaché, sin pensar, y uno de los cristales me hizo un corte en la mano. La sangre no tardó en brotar, haciendo que la dueña de casa saliera de su estupor y corriera a verme.
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Cupido Otra Vez [#2]
Teen Fiction«Si pudiéramos clasificar el amor en colores, yo definitivamente sería rojo. Rojo pasión». La vida de Lizzie parece ser complicada, con los deberes de la universidad, sus problemas de alcoholismo, y el juicio contra su padre sería suficiente, pero...