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-Yo podría haber ido sola.

Estaba enojada, por su culpa. Siempre la cagaba, y me refiero a ella.

-estoy obligada a llevarte, eres rebelde, puedes hacer cosas rebeldes. -su tono era demasiado amargado.

Ahora mi rutina era: levantarme temprano para ir a la secundaria, luego ir al psicólogo.

Lo peor era que tenía que aguantarme las mierdas de mi madre.

La quería pero, de verdad, ya no la aguantaba.

-espero que empieces a recapacitar rápido, no puedo tener una hija así.

Que tu madre te dijera eso, ¡Joder! Era doloroso. Pero a mí, en realidad, me valió mucha mierda.

A mi parecer duré mucho tiempo en ese auto. Siendo sincera no quería verla ni en pintura. Ella hacía que mi maldito día se volviera amargado.

Y me amargue mucho más al pensar nuevamente en ¿Cómo podría tener una madre que pensara de esa manera?.

Esperaba que recapacitará pronto.

Eso era lo que más quería en estos momentos.

Solo esperaría. Tenía esperanzas de que ella cambiaría.

De un momento a otro mi madre le dió una mala maña. Ahora cada vez que salía conmigo me agarraba del brazo, como un objeto. Eso de verdad me molestó.

Entramos al edificio que olía muy rico.

Nuevamente mi sarcasmo.

Reí en mi imaginación.

Pensaba que mi sarcasmo era muy bueno.

Mi madre me acompañó hasta la oficina de la que era "mi psicóloga".

Me sentía extraña teniendo una psicóloga, pero, a la vez me sentía única. Era extraño pero bien.

Tal vez yo era la extraña.

-vengo por ti cuando termines. -fue lo que dijo antes de retirarse y dejarme sola en aquella habitación.

Lo único que quería en esos momentos era verla a ella. Ella era la única que me entendía. Era la única que me daba placer. Ella era la única amiga fiel que tenía.

Todos parecen ser buenos y toda esa mierda pero, en realidad, son todo lo contrario.

Pueden hablar mal de ti a tus espaldas, pueden traicionarte, pueden ser muy hipócritas. Pueden ser muchas cosas malas.

A mi parecer es raro cuando encuentras un amigo fiel. Un amigo que de verdad, esté para tí, en los buenos y malos momentos.

-buenas tardes, Camila. -me saludo luego de entrar a la habitación. -¿Cómo te encuentras?.

-buenas tardes, psicóloga. -salude igualmente. -bien, supongo.

Observé cada movimiento que hacía. Observé cuando cerraba la puerta. Observé cómo se quitaba su saco y lo dejaba en un perchero. Observé cómo con elegancia se sentaba en la silla que estaba al frente de mi. También observé cómo me sonreía.

-mejor llámame por mi nombre. -dijo aún con su sonrisa.

-¿Por qué?. -hice mi primera pregunta.

-es mejor así. -pronunció.

-esta bien, Dua.

Me gustó pronunciar su nombre. Me gustó cómo sonó. Me gustó cómo me miró cuando lo dije.

-¿Que hiciste ayer en la noche?. -empezo con su interrogatorio.

-dormí. -mentí. Obviamente no le diría lo que en realidad hice.

The psychologist. - Duamila Donde viven las historias. Descúbrelo ahora