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Me desperté y ella ya no se encontraba a mi lado. Era necesario.

Lo único que hice fue darme una ducha larga.

La tranquilidad no duró mucho. Mi madre había entrado a mi habitación.

-alístate, debes ir al psicólogo. -no dijo más, simplemente salió de mi habitación.

Sabía que el día empezaba insoportable, bueno, ella lo hacía insoportable. Pero luego, la vería, luego Dua me haría disfrutar.

Cómo siempre salí de casa y mi madre me esperaba en el auto.

Me había olvidado que era escuchar hermosas melodías. La odié porque me había quitado aquel objeto que hacía que soñara despierta.

Por la música que retumbaba en mis oídos el viaje estuvo largo. Pero no me importó, pues traía mis audífonos.

Cómo siempre al llegar a mi destino, mi madre tomó mi brazo y nos dirigimos al edificio que, ahora, odiaba.

En realidad, ninguna persona de ahí me agradaba. Solo una. Ella hacía que me sintiera bien. Si, me refiero a Dua, la hermosa chica, que a mi parecer, era buena.

Entramos a su oficina, la cual, como siempre olía a vainilla.

Me senté donde siempre. Pero cuando mi madre se sentó a mi lado, quedé confundida.

-¿Que haces?, Debes irte, pronto comenzará la terapia. -lo dije con fastidio. No quería que ella se quedará. Dañaría mi momento agradable con la hermosa psicóloga.

-hoy te acompañaré.

Eso me enfureció, de verdad.

Lo que más me molestó fue que no podía hacer nada.

De un momento a otro tenía muchas emociones juntas, y no eran buenas.

Ella me estresaba, así de simple.

Observaba la puerta esperando que se abriera y ella apareciera detrás.

En realidad, valió la pena esperar.

Ella al final apareció.

La observé completamente.

Se veía hermosa, de verdad. Tenía una leve sonrisa, que me gustó. Su cabello estaba recogido, pero igual se veía hermosa.

-buenos días. -dijo amablemente.

-buenos días. -dijimos al unísono mi madre y yo.

Sabía que ésta terapia sería aburrida. Sabía que hablaríamos de mi "enfermedad".

-¿Cómo están?. -dijo mientras se sentaba al frente de nosotras, para después buscar su pequeña libreta en su bolso.

-bien, gracias. -respondió mi madre.

Rodé los ojos. No soportaba su hipocresía.

-¿Comenzamos?. -me miró.

Sentí como mi piel se erizaba. Ella no me miró, hasta ahora. Me perdí en el color de sus ojos, en su mirada.

Debía de dejar de ser así. Sabía lo que me pasaba.

Ella me estaba gustando.

-claro. -pronunció mi madre.

-¿Cómo te has sentido, Camila?. -sus dedos presionaban el típico bolígrafo.

-normal. -me alcé de hombros. -como siempre. -escribió en su libreta.

-¿Cómo te sientes ahora?.

-normal. -dije con simpleza.

Debía de ser indiferente, así mi madre vería que aquello me molestaba, y que eso me quitaba el lesbianismo.

The psychologist. - Duamila Donde viven las historias. Descúbrelo ahora