Capítulo IV.

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   Pensé durante varios segundos qué escribirle y mis nervios aumentaban cada vez que tecleaba una palabra. En los pocos días que tenía conociéndolo, me había dado cuenta que él era una persona bastante impredecible.

5:05 pm

Hola, no había visto el mensaje

Julian está bien, ya Cyn lo vino a buscar

Gracias por preocuparte

De dónde sacaste mi número?

5:05 pm

Te dije que no me contestaras, porque no te iba a responder

No me interesas tú y qué bueno que Jude ya se fue con su mamá

Y tampoco te interesa de dónde saqué tu número; tampoco me interesas tú

   No pude evitar esbozar una sonrisa al leer eso último. Me preguntaba por qué si yo no le importaba, seguía repitiéndolo.

***

   Me encontraba frente de la escuela de Julian. Eran las doce del mediodía y ya debía estar por salir. Aún no veía ninguna clase de festejos, por lo que deduje que sería en la parte trasera.

   Mi noche no había sido del todo buena, puesto que no podía conciliar el sueño de tanto pensar en Paul. No sabía por qué mis recuerdos estaban llenos de él. Quizás por su forma tan grosera de tratarme, que lo hacía ver tierno ante mis ojos.

   Mi atuendo no podía ser más simple: llevaba un suéter negro de cuello alto, un pantalón del mismo color y unos zapatos bien pulidos. El día estaba frío —como solía serlo— y no quería llevar chaqueta.

   —¡Papi, papi!

   Escuché eso, junto a la risita de Jules, que me hizo mirar hacia al frente. Corría hacia mí, con su pulcro uniforme, sumado a la mochila en su espalda y al bolsito del desayuno sus manos.

   —¿Ganaste?

   Mi hijo frunció el ceño, a lo que yo me coloqué en cuclillas para poder estar a su altura y le desordené el cabello, en un gesto de saludo.

   —¿Ganar? —preguntó—. ¿Ganar qué, papito?

   —¿No ha empezado?

   —¿Qué cosa?

   —El concurso ese —le expliqué—. El de las cosas de reciclaje.

   —No papito, no era un concurso —emitió una risita—. Es sólo una actividad.

   Entonces me di cuenta que Paul me había mentido.

   —Ah, sí —asentí—. Claro... claro. ¿Nos vamos?

   —¡No, papito, el gatito!

   —Creí que lo habías olvidado —refunfuñé, rodeando los ojos—. ¿En serio no prefieres un peluche?

   —No —sacudió su cabeza en negación y me dio sus bolsos—. Paul ya va a venir.

   —¿Y él por qué tiene que venir?

   —¡Porque él sabe dónde adoptarlo!

   —Lo vamos a comprar —le dije, adoptando una postura normal—. ¿Por qué insistes en adoptar?

   —Porque es mejor... anda, papito —jaló el borde de mi suéter—, di que sí.

   —Está bien...

Your Heart is all I have ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora