Capítulo XIX.

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   Paul se sonrió, se separó de mí y fue hasta la puerta para asegurarse que la misma estuviera bien cerrada. Segundos después volvió a posicionarse frente a mí; me tomó del rostro, lo acercó al suyo y besó mis labios con dulzura, lo que me hizo envolver su cintura con mis manos.

   —Espera —me separé de él con rapidez y froté mi ojo derecho por debajo del cristal de mis lentes. Jamás me había sentido tan usado en mi vida—. Paul... ¿qué fue eso?

   —¿Qué fue de qué, John?

   —Todo —le contesté. Sentía como mi dignidad (la poca que me quedaba) salía volando—. La canción... lo que me dijiste... ¿lo planeaste, verdad?

   —No te digo que sí me aproveché del momento en que me arrebataste el papel porque mis intenciones no eran mostrártelo, pero... pero no planeé nada. El pequeño fragmento de canción lo escribí anoche porque, no lo niego, sí me hiciste sentir una basura cuando me dijiste eso.

   —Tú siempre me haces sentir una basura con cada cosa que dices y con cada cosa que haces.

   —John, no empieces —chasqueó su lengua—. No te digo nada malo. Sólo la verdad.

   —¿Qué quieres de mí? ¿Por qué un día actúas como si te importara y al otro no? ¿Por qué siempre te empeñas en hacerme sentir mal?

   —Yo te quiero, John. En serio.

   —Y a Linda la quieres más, ¿no?

   —Es lo más obvio —respondió—, es mi esposa. Tú sólo eres...

   —¿Alguien pasajero?

   Paul vaciló, luego asintió.

   —No te sientas mal —dijo—. John, cada uno tiene una vida hecha... hijos, todo. No somos adolescentes para cometer la locura de escaparnos y vivir felices para siempre. Ese "felices para siempre" sólo existe en los cuentos.

   —Me voy a ir. No quiero seguir escuchándote más y no quiero decirte algo que te haga sentir mal otra vez.

   —Bien. Largo.

   —Bien, me voy.

   —Bueno, vete.

   Antes que lograra darme la vuelta, a la puerta le dieron tres toques. Inmediatamente Paul se encaminó hasta allá. Al abrirla, noté que era Linda, la esposa a la que él amaba mucho; tenía un lindo vestido color crema y una chaqueta para amortiguar el frío. Al lado estaba Jules, llorando a mares y con el rostro rojo.

   —¿Qué te pasó, Jules? —pregunté, al tiempo que me acercaba. Él no tardó en abalanzarse a mí y abrazarme con fuerza—. ¿Por qué lloras?

   —Es que salió y no te vio —explicó Linda—. Vino a buscarme llorando y creí que Paul podía tenerlo mientras tú llegabas.

   —Ya, Jude —Paul le acarició la cabeza y le limpió las mejillas con cuidado—. Tu papito está aquí.

   —Papito —gimoteo, aún sin despegarse de mí—, ¿por qué no estabas allá?

   —Porque estaba aquí —contesté obvio, haciéndolo reír—. Ya, no llores. ¿Creíste que no iba a venir? —indagué y él asintió—. No, claro que no. No te voy a dejar. Mira, si dejas de llorar te voy a comprar un helado, ¿sí?

   —Ujum... ¡de fresa!

   —Está bien, pero deja de llorar, ¿sí?

   —Sí, papito.

   Cuando miré hacia al frente, noté que Paul había tomado de la mano a Linda, mientras le decía un par de cosas que no alcancé a entender con respecto.

Your Heart is all I have ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora