Capítulo IX.

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   No dijo nada lo largo de unos dos segundos; luego se escuchó un suspiro y un leve carraspeo, que me hizo lamentarme por lo que le había dicho. Paul me gustaba. Estaba comenzando a despertar sentimientos extraños en mí.

   —A todo el mundo. Lo escucho muy seguido.

   —Pero, Paul —carcajeé un poco—. No estoy diciendo que me gustas, sino que te estoy preguntando qué pasaría si yo que dijera que me gustas. ¿Lo ves? Son dos cosas muy distintas.

   —¡Pues no pasaría nada porque yo jamás estaría con alguien como tú!

   —¿Y eso que tiene que ver? Tú no me gustas.

   —¡Pues deberías considerarlo! ¿¡Sabes por qué!? ¡Porque nadie se resiste a mí, ni a mí encanto, ni mi barba, ni a mi perfección!

   —Lo sé —le dije—. Tampoco yo puedo resistirme tanto.

   —Linda tampoco, por eso estamos casados y la amo mucho, mucho, mucho. ¡Muchísimo!

   —¿Es normal que me hayas lastimado?

   —Adiós.

   —¡Espera! —bramé. Él se quedó en silencio, esperando a que yo continuara; lo único que podía escuchar era su respiración—. ¿Sí iremos mañana?

   —¿A dónde?

   —Olvídalo. —Y colgué, en medio de un suspiro.

   Conecté el móvil a cargar y me quedé acostado, pensando en la estupidez que había hecho. Me sentía un adolescente idiota, de esos que se la pasan haciendo jueguitos de enamorarse y teniendo citas.

   Yo no podía querer a Paul. No podía: era el profesor de mi hijo, casado, y me odiaba. Aunque quisiera, lo nuestro sólo era una "amistad", si es que se podía llamar así.

***

   Eran las doce del mediodía, por lo que detuve el auto frente al colegio de Jules y me bajé para esperarlo. Había tenido una reunión la mañana, la cual fue anticipada desde hacías días, así que tuve que vestirme algo formal: usé una camisa negra de tela fresca color negro, pantalón del mismo color y zapatos de cuero del mismo color, haciendo que la única prenda resaltante fuera el bléiser azul rey que llevaba puesto.

   Me veía bonito, como siempre.

   —¡Papito!

   Divisé la silueta de Jules salir del colegio con su mochila en la espalda, en medio de la bulla de los demás niños. Miré al cielo y una gota de lluvia cayó en el lente, por lo que tuve que quitármelos y limpiarlos.

   Al colocármelos, pude notar que mi hijo yacía en el suelo: se había caído. Aceleré mis piernas hasta allá y al estar frente a él, lo levanté, notando un enorme raspón en su rodilla, al levantar el pantalón.

   —Me duele, papi —gimoteó, aferrándose a mi cuello, para no llorar—. Mucho.

   —¿Y cómo te caíste? —le pregunté, sosteniéndolo entre mis brazos y levantándome—. ¿Ves por qué te digo que no corras?

   —Es que quería abrazarte rápido...

   Mis labios dibujaron una sonrisa involuntaria y besé su mejilla, para luego adentrarme al colegio, con las intenciones de ir a la enfermería.

   —No llores, los machos no lloran. ¿Quieres que Lucy se ría de ti?

   —No —y sollozó—. No quiero que se ría de mí.

Your Heart is all I have ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora