Capítulo XLIII.

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   —John..., John, ya es tarde. Despierta. John...

   Estrujé mis ojos, al tiempo que soltaba un pequeño bostezo y me sentaba en la cama. Paul yacía detenido frente a mí. Vestía un delgado suéter color azul cielo, pantalón de mezclilla y unas botas negras de gamuza.

   Casi me desmayé cuando lo vi que se había rebajado la barba. No se la quitó totalmente, pero estaba tan escaza y corta como la mía.

   —¿Qué hiciste? ¿Por qué tú barba? ¿Por qué me llamas? ¿Por qué estás vestido?

   Deslizó la mano por su mentón, y medio se sonrió. Tenía una cara muy angelical, además de pequeñas arruguitas alrededor de sus ojos. La barba le asentaba de maravilla, pero también se veía excelente sin ella.

   —Una larga historia.

   —Okey —traté de calmarme. El hecho de tener que verlo vestido me daba inquietud—. ¿Qué sucede?

   —Nos vamos.

   —Ya va, Paul —suspiré—. ¿Te vas? ¿C-Con las niñas? ¿A dónde?

   —No me estás entendiendo —negó con la cabeza—. No me refiero a mudarme otra vez —aclaró—. Me refiero a... a que quiero hablar contigo.

   Eso logró preocuparme y despreocuparme. Algo raro, sin duda.

   —¿Hablar? ¿Sobre qué?

   —Sobre tú y yo.

   —¿Tú y yo?

   —Sí, John —asintió—. Iremos a dar un paseo al parque con los niños. ¿Podemos sentarnos a hablar sobre lo que pasó? Somos adultos, y... y creo que podemos llegar a un acuerdo sin necesidad de pelear ni decirnos cosas feas.

   —Bien... de acuerdo.

   —¿Me ayudas a preparar el desayuno? Mary dejó un regalo en sus pañales y debo ir a cambiarla. Además, tengo que despertar a los niños.

   —Claro, claro —logré levantarme y estirar mis brazos, soltando un quejido de por medio.

   —Te odio.

   —¿Ah? —lo miré—. ¿Me odias?

   —Sí, te odio.

   —¿Por qué?

   —Qué pregunta tan estúpida.

   —O sea, lo sé —aclaré—. Pero, ¿por qué lo dices?

   Paul no contestó; se dio la vuelta y se propuso a salir de la recámara. Pero antes de hacerlo totalmente, dijo—: Apresúrate. Quiero acabar con esto de una vez.

***

   Escogí un suéter negro de cuello alto, pantalón gris y unos botines similares a los de Paul, con la única diferencia que los míos eran brillantes. Como el frío era infernal, le sumé a mi atuendo un abrigo de color café, que le daba el toque exacto.

   —Estaciónate ahí —Paul señaló un puesto vacío, así que inmediatamente hice que el auto avanzara hasta allá—. Perfecto —subió la cremallera de su chaqueta azul marino, y se bajó.

   —¿Ya llegamos, Johnny? —era Heather. La niña vestía un conjunto deportivo de color rosa y su cabello estaba atado a una simple coleta.

   —Claro que no, estúpida. Todavía estamos en casa.

   Jude rió a carcajadas, y a los pocos segundos Heather también lo hizo. No pasó mucho tiempo para que yo me bajara del auto y sintiera el frío colarse por mis costillas.

Your Heart is all I have ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora