Capítulo XXIX.

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   Cerré la cremallera del bolso, luego de meter un conjunto de ropa, y un par de cosas más. Era viernes, el día que tenían que ir a la piscina, y por ello mi hijo vestía una franelilla blanca, un short azul marino —debajo el traje de baño— y unas zapatillas blancas.

   —Papito, apúrate. No quiero llegar tarde.

   —Ya va. Tampoco es tarde.

   —¡Ni siquiera te has vestido! ¿No vas a ir enrollado en una toalla, verdad?

   —Por supuesto que no —le dije, dirigiéndome a la cocina. Al estar ahí, agarré el plato con tostadas y mermelada, y me dirigí nuevamente hacia el sofá. Estaba ajetreado y estresado, y Julian no ayudaba mucho—. Aquí tienes el desayuno. Cuidado y te ahogas.

   —Sí, papito.

   —Ven —ayudé a que se sentara en el sofá, y coloqué el cojín en sus piernitas para que colocara el plato—. Voy a vestirme. No tardo.

   Él asintió, para luego darle un pequeño mordisco a la rebanada.

   Me dirigí hacia la recámara a paso rápido y luego al armario para elegir algo de ropa. Debía estar cómodo, así que opté por una camiseta blanca con una tabla de surf estampada al lado derecho; me pareció que estaba un poco acorde para la ocasión. Me coloqué un pantalón de mezclilla, y unos tenis negros. No tenía ni una pizca de intención de tocar el agua, así que no me preocupé por ello.

   —Papito, apúrate.

   —Ya voy.

   Al salir de la recámara, e ir a la sala. Noté que Jules estaba dando vueltas, y soltando algunas risitas. Había terminado parte de su desayuno, y solo dejó una —de dos— rebanada.

   —Te vas a marear —refunfuñé, tomándolo de la mano—. Si vomitas no te vas a bañar.

   —No, papito. Me voy a comer el vómito para que no te enteres que vomité.

   —Niño asqueroso.

   Él emitió una risa, y luego se dispuso a dar saltos.

   —¡Apúrate, papito! ¡Ya quiero irme!

   —Ya va, Julian. Tampoco es que vamos a llegar tan temprano.

   —¿¡Y tú traje de baño!? ¿¡Dónde está!?

   —Yo no me voy a bañar. Ya te dije —me coloqué la mochila en la espalda, y saqué las llaves de mi bolsillo—. Vamos. Dame la mano.

   —¿Y por qué no te vas a bañar, papito? —preguntó, entrelazando su manita a la mía—. Yo quiero que te bañes porque los que no se bañan son cochinos.

   —Bueno, siéntete orgulloso de tener un padre que no se baña y que es cochino.

   —¡Papito! —Jules se rió—. Tú no eres cochino porque siempre hueles a perfume. Papito, ¿yo cuando sea grande puedo echarme perfume?

   —Pero te eché colonia.

   —Pero tú me echaste la de bebé, y yo quiero oler a hombre porque mami dice que soy un hombre.

   —Eres un niño con el brazo roto.

   —¡Papito!

   Me reí.

   —Ya vámonos. Se hará tarde.

   Abrí la puerta del departamento, y salimos, para después dedicarme a cerrarla por completo. A pesar que la seguridad era buena, yo siempre me percataba de que estuviera muy bien cerrada.

Your Heart is all I have ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora